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«Corruptissima republica plurimae leges»
«Cuanto más leyes, más corrupto será el Estado»
Publio Cornelio Tácito (55-120 dC)

He vuelto a ver la primera película «Gladiator», una historia con una gran ficción, ya que Máximo no existió y Marco Aurelio no planteó devolver el poder al Senado. Tampoco murió a manos de su hijo Cómodo, quien fue su sucesor legítimo.

Ver la película me llevó a pensar en la historia del Imperio Romano y en la similitud de la caída de la República romana y la situación actual del mundo, de occidente y, concretamente, de España. Un interesante libro de Luis del Pino, «La dictadura infinita», me ha permitido llegar a varias conclusiones.

En la República romana las tensiones entre el Senado, los magistrados y los representantes del pueblo, derivaron en una profunda crisis de liderazgo. Las élites romanas, centradas en sus propios intereses, se alejaron del sentir y las necesidades de la ciudadanía. Esta desconexión fomentó el surgimiento de figuras populistas como los hermanos Tiberio y Cayo Graco, que prometieron soluciones inmediatas a problemas complejos.
En España vemos un escenario similar en la desconfianza hacia las instituciones y las élites políticas. Los casos de corrupción, el estancamiento de los grandes partidos y el auge de líderes carismáticos que prometen «rescatar» al pueblo son síntomas de un sistema que se percibe como desconectado de las realidades sociales. Este fenómeno no sólo debilita las instituciones democráticas, sino que genera polarización y descontento.

Por otro lado, la República romana sufrió intensos enfrentamientos sociales entre los defensores del poder del Senado y los del pueblo. Estas luchas internas desangraron a la República y debilitaron su capacidad de gobernar de forma efectiva. La creciente fragmentación llevó a guerras civiles, que fueron el preludio de la instauración del Imperio.

En España, la polarización política y social ha alcanzado niveles preocupantes. Las divisiones ideológicas entre izquierda y derecha, el conflicto territorial (especialmente con Cataluña) y la confrontación en torno a valores como la memoria histórica han engendrado una sociedad profundamente dividida. Este clima de enfrentamiento constante amenaza con paralizar las reformas necesarias y socavar la cohesión social.

En Roma, las guerras de expansión llevaron a una concentración de riqueza en manos de unas pocas familias patricias, mientras que los pequeños agricultores fueron arruinados. Esta creciente desigualdad alimentó el resentimiento y dio lugar a revueltas sociales y demandas de reformas agrarias y económicas que desestabilizaron aún más la República.

2 España, tras años de crisis económicas, enfrenta también un problema estructural de desigualdad. Las generaciones más jóvenes lidian con el desempleo, la precariedad laboral y la falta de acceso a la vivienda, mientras que las regiones más desfavorecidas claman por una mayor inversión y atención por parte del gobierno central. Como en Roma, esta desigualdad es una bomba de relojería que puede erosionar la estabilidad del sistema.

Figuras como Julio César o Pompeyo aprovecharon el debilitamiento institucional para consolidar su poder personal, presentándose como los únicos capaces de resolver los problemas del Estado. Estas figuras deterioraron aún más la República, acumulando poderes extraordinarios en detrimento del sistema tradicional.

Hoy, en España, el populismo también juega un papel crucial. Líderes y partidos de ambos extremos del espectro político prometen soluciones simplistas a problemas complejos, erosionando la credibilidad del sistema parlamentario. Además, las instituciones tradicionales, desde la monarquía hasta el poder judicial, se enfrentan a cuestionamientos que agravan la sensación de inestabilidad.

La República romana no cayó de la noche a la mañana. Fue un proceso gradual de décadas, donde cada conflicto, cada reforma fallida y cada figura autoritaria acercaron a Roma al final de su sistema republicano.

España aún está lejos de un colapso institucional, pero las dinámicas actuales son preocupantes. Sin reformas estructurales, sin un liderazgo capaz de unir a una sociedad fragmentada y sin una renovación en las élites políticas, el sistema puede seguir debilitándose.

Deberíamos tener en cuenta que la caída de la República romana no fue inevitable, pero las élites de la época no supieron adaptarse a los desafíos de su tiempo. España, como democracia consolidada, tiene la oportunidad de aprender de la historia. La clave podría estar en fortalecer las instituciones, combatir la desigualdad y buscar consensos que permitan superar la polarización.

La historia no se repite, pero rima. Las similitudes entre Roma y España son un recordatorio de que los sistemas políticos no son indestructibles. España está a tiempo de fortalecer sus fundamentos democráticos y evitar los errores que llevaron a la República romana a su caída.
Espronceda decía: «Aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a repetirlo».