Cuando alguien planta árboles en cuya sombra sabe que nunca se sentará, ha comenzado a entender el sentido de la vida.
El pasado 25 de octubre, el filósofo, historiador y escritor canadiense Michael Ignatieff, recibía el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.
Como en todos los actos de entrega de estos premios, el ambiente se vuelve cálido y humano, con tendencia a tocar corazones. Y las palabras de Ignatieff no defraudaron.
Este ser humano, nacido en Canadá, ha dedicado gran parte de su obra a reflexionar sobre los derechos humanos y el papel que ocupa la persona en el centro de nuestras decisiones políticas y sociales. En sus escritos enfatiza la importancia de reconocer y proteger la dignidad inherente a cada individuo, defendiendo la idea de que, en un mundo convulso y dividido como el que nos encontramos, los derechos humanos no son una mera construcción legal o un concepto abstracto, sino una defensa tangible de la dignidad humana en su sentido más profundo. El progreso de una sociedad solo es auténtico cuando coloca al ser humano en el centro de todas sus decisiones.
Para Ignatieff, la dignidad humana es el pilar sobre el cual se sostiene toda la estructura de los derechos humanos, y no depende de la nacionalidad, etnia o condición económica, sino que es universal y debe ser inalienable. Pero el reto no está en la proclamación de estos derechos, sino en su implementación en la vida real. Uno de los problemas más grandes de los derechos humanos es la dificultad para superar las barreras nacionales y culturales que dan lugar a tantos conflictos.
De manera muy especial, comparto su creencia firme en la necesidad de construir instituciones fuertes que protejan los derechos humanos y que respondan directamente a las realidades sociales de cada región.
Ignatieff recuerda que las políticas, instituciones y leyes son medios, no fines; son herramientas que existen para proteger y mejorar la vida humana. La centralidad del ser humano en este enfoque es evidente, pues las estructuras sociales sólo tienen sentido si sirven para salvaguardar y promover el bienestar humano.
Durante su discurso en los Premios Princesa de Asturias, Ignatieff destacó la importancia de la empatía como herramienta fundamental para proteger los derechos humanos. Según él, uno de los mayores riesgos de la globalización y el desarrollo acelerado de nuestras sociedades es que nos volvemos insensibles al sufrimiento ajeno, especialmente cuando ocurre en lugares distantes o en circunstancias ajenas a nuestra experiencia cotidiana. La empatía, sin embargo, es lo que nos permite entender que, independientemente de las diferencias culturales o nacionales, todos compartimos una humanidad común.
En este mismo sentido, desde otro punto de vista, hablaba con ocasión de la presentación de su último libro «Siempre adelante» el doctor Valentín Fuster. Defendía este insigne cardiólogo que todos los cuerpos son iguales, tienen la misma estructura. El tratamiento que se necesita para curarlo es el mismo para un pobre, para un rico, para un mafioso, para un europeo o un asiático. Fuster auguró un cambio importante en el sistema sanitario de los Estados Unidos en unos cuatro años, donde la efectividad de la asistencia público-privada será la clave.
Esta visión implica también un compromiso con la justicia social y en este sentido Ignatieff argumenta que, para que el ser humano esté realmente en el centro de nuestras decisiones, debemos abordar de manera honesta las desigualdades que persisten en nuestras sociedades. La pobreza, la discriminación y la exclusión son obstáculos para el pleno desarrollo de la dignidad humana.
Colocar al ser humano en el centro, como propone Ignatieff, es un recordatorio de que cada decisión que tomamos, cada ley que promulgamos y cada estructura que creamos debe tener como objetivo último el bienestar y la dignidad de cada persona. Solo así podremos construir un mundo más justo, equitativo y, sobre todo, más humano.
Tomen nota los que tienen en sus manos la recuperación de la zona afectada por la DANA en Valencia. Si no piensan en la vida de la gente, en la dignidad humana, en el futuro de esos pueblos, solo habrán puesto un parche porque la naturaleza volverá a reclamar su territorio, como lo ha venido haciendo siempre. Aunque nosotros midamos las reacciones de la naturaleza en nuestro sentido del tiempo, corto y efímero, para la Tierra será «mañana» lo que para nosotros serían 50 años. El nuevo vicepresidente para la recuperación de Valencia, Francisco José Gan Pampols, lo tiene claro «lo que ha ocurrido volverá a ocurrir antes o después».
Posponer las soluciones porque ya no estaremos es lo más miserable que se puede hacer. El valor del ser humano está en plantar un árbol a sabiendas de que nunca se sentará a su sombra.