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A la Alemania de 2024 se le puede aplicar perfectamente aquello de ¡quién te ha visto y quién te ve! El que aspira a convertirse en su nuevo líder, el conservador Friedrich Merz, habla de una Alemania dormida, pero debería ser más realista, porque el gigante europeo no se está echando una siesta, sino que sufre una decadencia económica y social de campeonato. Y eso lo ven los alemanes, que no encuentran en el socialdemócrata Olaf Scholz el líder fuerte al que están acostumbrados. Saldrá del poder por la puerta de atrás y entonces, en las elecciones anticipadas de febrero, veremos con qué fuerzas cuenta cada uno. Porque ahí, asomándose descarada por la puerta, está la extrema derecha, esa vieja conocida, que cada día se camela a más gente por la situación que vive el país. A pesar de la lejanía y de lo distintos que somos los españoles y los alemanes, no es algo que deba traernos al pairo porque Europa no es nada sin Alemania. De hecho, el tándem que lleva el timón de este barco colosal, París-Berlín, lleva demasiado tiempo haciendo aguas. Basta darse una vuelta por casi cualquier país fuera del continente para apercibirse del rumbo, la potencia y la creatividad con la que otros evolucionan mientras en la vieja Europa seguimos bailando el vals y contemplando con admiración los jardines victorianos mientras tomamos, tranquilos, una taza de té. Las políticas erráticas y ridículas de «todo el mundo es bueno» que hemos adoptado durante lustros nos han llevado a crisis de todo tipo: de identidad, económica, social. Alemania es la que debe liderar nuestro barco, por tamaño, población y poderío industrial, pero pierde pie frente a la feroz competencia China y los aranceles que anuncia Trump.