Para que una DANA ocasione la tragedia de Valencia, se tienen que conjugar factores diversos pero con una marcada concomitancia: la frialdad de las capas elevadas de la atmósfera y unas aguas, las del Mediterráneo, con una temperatura elevada, debido probablemente, al cambio climático, facilitaron una gran evaporación aparte de llover de una forma pocas veces vista, vamos, como en tiempos de Noé. Aunque todo eso, probablemente, no bastaría para alcanzar un desastre de tal magnitud si el agua desbordada hubiera encontrado diáfana, libre de obstáculos, las zonas de su servidumbre desde tiempo inmemorial o por lo menos lo era antes de ponerse a construir edificios desaforadamente en cualquier parte, sobre todo donde el sentido común dice que no hay que hacerlo.
Si el día antes de hundirse el Titanic alguien hubiese firmado que sus mamparos estancos estaban mal diseñados por estar comunicados entre sí y que un iceberg le podría rajar el casco y de estar estos comunicados, en cuestión de muy pocas horas el agua lo iba a inundar y en consecuencia a hundir, cuando no estaría diciendo más que la verdad. Una verdad que los ingenieros navales no fueron capaces de ver. Otras riadas en la zona levantina deberían de haber sido dolorosamente suficientes para saber de nuestra pequeñez enfrentados a una naturaleza que los humanos, en algunos casos, han convertido en un fenómeno destructor. Tras una catástrofe de la magnitud que se ha cebado en Valencia, no nos puede extrañar que la gente esté tan soliviantada. El enfado es la manifestación de quien tanto ha perdido, en algunos casos, todo. Lo que ya no es aceptable es la agresión ni tampoco el pillaje ni la retórica populista escupiendo vaharadas de necedades del calibre de «el pueblo salva al pueblo» o «España sin estado».
No es la primera vez que una cosa ves y otra es, sobre todo cuando en situaciones de dramatismo colectivo algunos hacen del bulo (el bulo es el vómito de quienes tienen una mierda muy grande donde deberían tener el sentido común) su particular herramienta de terrorismo informativo, emponzoñando con su particular barro nauseabundo la difícil situación por la que están pasando los valencianos en particular y la España solidaria en general. Un individuo que lanza la aterradora noticia de que en el parque subterráneo de Bonaire «hay muchos cuerpos», «hay cientos de cadáveres», el ayudante de este sujeto contó que «había 700 tickets que no habían sido validados», cuando la verdad es que este parking es gratuito desde su inauguración hace 24 años. Algo debería de hacer la justicia como justa respuesta ciudadana con estos propagadores de bulos sin atisbo de humanidad. Particularmente yo sé muy bien lo que es un bulo, lo he vivido en propia carne cuando una mañana recibí por teléfono la noticia de que mi hija había tenido un accidente muy grave y si aún la quería ver con vida, debía ir al hospital urgentemente. Imagínense mi desazón cuando no sabía ni a qué hospital ir. Imagínense que tienen una hija en la universidad, como estaba la mía. Esa aterradora noticia me dejó en shock. Afortunadamente, una llamada de mi propia hija fue para mí una bendición del cielo cuando escuché su voz dándome los buenos días como tenía por costumbre.
Respecto a los bulos y calumnias de estos días, es penoso comprobar cómo estos dimes y diretes tienen detrás a más políticos que a la verdad. La ciudadanía ya sabe que la violencia de todo tipo deslegitima a quien la ejerce y empiezan también a saber que algunos políticos de balde salen caros. Me temo, desde la experiencia que me dan los años, que seguiremos como siempre: desafiando a la naturaleza sin haber aprendido nada.