Hay quien dice que para ser político es condición previa cierto grado de psicopatía y a veces estoy tentada de creerlo, porque lo que se ve en los medios de comunicación es poco menos que monstruoso. Sabemos que el ser humano nace con la capacidad innata de mentir, a pesar de que todas las religiones y modos de educar insisten en que eso está feo. Lo hacemos todos, algunos todo el tiempo, otros solo cuando es necesaria una mentira piadosa para no herir los sentimientos de alguien que nos importa.
En esto de la catástrofe valenciana se les está viendo la verdadera cara a los políticos, sé que no podemos meter a todos en ese saco, pero sí a unos cuantos, especialmente los del ámbito autonómico, que no me explico cómo diantres no dimitieron el día uno. Mienten más que hablan y lo hacen con tal desparpajo que una no sabe qué pensar. Por suerte o por desgracia, existen grabaciones que demuestran esas mentiras, así que no hay medio de escapar del ridículo vergonzoso en el que caen para salvar su nombre (dignidad no les queda) y seguramente con la esperanza de conservar el puesto.
No me meteré con a qué partido pertenecen, porque está clarísimo que esto no va con la ideología. Mienten todos, lo hemos visto hace nada con Íñigo Errejón, el más burdo ejemplo de doctor Jekyll y míster Hyde o del más castizo «dime de qué presumes y te diré de qué careces», aserción aplicable a casi cualquier circunstancia en este país.
Dicen que los psicópatas son incapaces de albergar sentimientos o emociones y me temo que por ahí van los tiros en esas esferas donde la degradación moral es tan perversa que, sencillamente, no la merecemos. Porque la gente común, ya se ha visto, sigue siendo de una nobleza aplastante.