La visita de los Reyes de España a la zona cero de la DANA fue un acto que puso de manifiesto el papel fundamental de la Corona en los momentos más difíciles para el país. Bajo un clima cargado de tensión y emociones desbordadas, Don Felipe VI y Doña Letizia enfrentaron el descontento de algunos sectores con serenidad, valentía y una humanidad que, para muchos, mostró el verdadero valor de la monarquía en el contexto actual. Este comportamiento, que transciende las funciones simbólicas y se sitúa en el ámbito de lo humano y lo profundamente empático, es una lección de compromiso y responsabilidad.
Los Reyes decidieron no apartarse ni retirarse, a pesar de los insultos y la hostilidad de algunos afectados, lo cual demuestra una notable entereza. Enfrentarse a estas reacciones, en una situación de desolación y pérdida, requiere valor, más aún cuando las emociones de las víctimas son tan intensas y justificadas. A diferencia de un político, de cuyo nombre no me quiero acordar, cuya figura se asocia muchas veces al oportunismo, los Reyes representan una institución que simboliza la unidad y la estabilidad de nuestra querida Nación. Sin embargo, hemos visto que en las actuales circunstancias no les exime de ser blanco de la frustración en momentos de angustia. Su decisión de quedarse, escuchar y atender a quienes se acercaron, incluso aquellos que mostraban hostilidad y enojo, es una muestra de respeto y de cercanía inusual en el ejercicio del poder.
Ver al Rey Felipe VI, un hombre cuyo deber le exige firmeza y control, emocionarse hasta las lágrimas, junto a los damnificados ha sido un recordatorio de que los Reyes no son meras figuras institucionales, sino personas que sienten y sufren junto a los ciudadanos. La Reina Letizia, por su parte, también demostró sensibilidad y cercanía, conversando con los damnificados, reconociendo su sufrimiento, y ofreciendo palabras de consuelo que transmiten un mensaje poderoso: la Monarquía al lado de los que más necesitan su apoyo.
Para mí, estos gestos adquieren un peso especial en nuestro contexto social e institucional que atraviesa una profunda crisis de confianza. La Monarquía ha conseguido, en esta ocasión, recordarle al pueblo que existe un vínculo que no se limita a las ceremonias o a los protocolos, sino que es capaz de humanizarse en tiempos de tragedia. Frente a quienes lo han perdido todo, los Reyes dieron una lección de humanidad y dignidad, que no deja indiferente a nadie y que invita a reflexionar sobre el verdadero significado del liderazgo en una nación diversa y a veces dividida.
Este tipo de actos no solo engrandecen a quienes los llevan a cabo, sino que fortalecen el lazo simbólico entre la Monarquía y el pueblo, especialmente en momentos de incertidumbre. En tiempos donde las instituciones son frecuentemente cuestionadas, la presencia de los Reyes en la zona cero de la DANA, no para dictar instrucciones o prometer soluciones inmediatas, sino simplemente para acompañar, escuchar y entender, es una forma de reivindicar el papel de la Corona como un pilar de cohesión. Hoy en España el único pilar de cohesión.
Es, además, un recordatorio de que el Rey no es solo el Jefe del Estado en términos administrativos, sino una figura moral que se posiciona junto a quienes han sufrido, sin distanciarse de la realidad. La Monarquía, con su carácter apolítico, ofrece un refugio simbólico, una representación que busca estar por encima de las divisiones y que, en esta ocasión, ha recordado a todos los españoles la importancia de su proximidad con quienes más sufren.
El Rey Felipe VI y la Reina Letizia han mostrado en esta visita no solo una responsabilidad política, sino una responsabilidad humana, donde el compromiso con el bienestar emocional y el acompañamiento moral a las víctimas se manifiestan en cada gesto. No hay duda de que ser Rey en un momento así exige no solo cumplir con un deber oficial, sino asumir un rol de contención, escuchar incluso las quejas más duras sin perder la compostura, y ofrecer consuelo sin pretensiones ni prepotencia. Estos momentos de contacto directo con el dolor ciudadano son el verdadero reflejo de un liderazgo que trasciende las obligaciones, consolidándose como un ejemplo de ética y cercanía.
LA RESPONSABILIDAD MORAL que los Reyes asumieron en este momento crítico reitera su lealtad hacia su Patria. Frente a un pueblo desorientado y dolido, Don Felipe y Doña Letizia han sido testigos del dolor, y su reacción nos muestra a dos personas que sienten el peso del deber, pero también de la empatía, la responsabilidad y la solidaridad. Este comportamiento ejemplar refuerza la idea de que la Monarquía no es una institución arcaica y distante, sino que puede y debe representar los valores más profundos de la Nación.
A menudo, en la crítica política y social, se olvida que las figuras de poder tienen también el desafío de demostrar su humanidad. En esta ocasión, la Monarquía ha cumplido con creces su rol, no solo como representante de una unidad institucional y nacional, sino como un pilar de empatía y fortaleza en un país que necesita ejemplos de integridad.
La lección es clara: un líder no se mide solo por su habilidad para gobernar, sino por su capacidad de sentir y acompañar en los momentos más oscuros y Felipe VI y la Reina Letizia han dado al pueblo español un ejemplo de dignidad y compromiso que merece ser reconocido de ahí que proclamen alto y claro: Honor y gloria a los reyes de España.