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Cuando hoy he conectado mi ordenador para escribir mi artículo semanal y me he encontrado como siempre ante la pantalla en blanco, he notado esta vez que no era tan brillante porque me pedía que me solidarizara con la brutal catástrofe de la comarca valenciana. Es difícil por lo menos para mí añadir algo nuevo a lo que tanto se ha dicho ni dar con la varita mágica capaz de conseguir un borrón y cuenta nueva. Me imagino lo que serán esas «vesprades» como ellos nombran a ese espacio de tiempo de los atardeceres, cuando no has acabado lo que estabas haciendo, las fuerzas se te van, los ojos se te medio cierran por el cansancio y la desesperación y a pesar de todo tienes que seguir en tu puesto intentando poner cara a lo desaparecido bajo los escombros y el espeso barro, barro que no hay alfarero que se vea capaz ni se le ocurre, modelarlo con sus manos intentando darle forma y belleza en forma de un plato o jarrón. Es hora, ya hace tiempo que debía haber sido hora, de dejar a un lado la burocracia con sus absurdas limitaciones y dejar de competir quién tenía que haber sido el primero. Es una carrera de todos que no se hace para ganar medallas ni trofeos porque lo que realmente cuenta es llegar a esa meta lejana todavía, en la que todos y los damnificados más que ningún otro esperan ver la luz de un nuevo y soñado día.