La contrarreforma conservadora se abre camino también en Estados Unidos con el segundo advenimiento de Donald Trump al poder por partida doble. Los republicanos, o mejor dicho, Trump, han aglutinado, incluso, el poder legislativo y el ejecutivo como resultado de su indiscutible triunfo en las urnas.
Aunque en los sectores autodenominados progresistas de España y Europa sorprenda que este maleducado patológico de corte vanidoso, procesado en varias ocasiones por conductas delictivas, lo cierto es que su estilo polémico y bravucón impropio en estas esferas, le ha devuelto a la Casa Blanca por la puerta grande, en contra de lo que se denomina universo woke, es decir, la imposición de ideas de izquierda para combatir la injusticia social.
Ese populismo exacerbado con mensajes estratétigamente difundidos en las redes sociales han permitido al magnate de pelo naranja neutralizar el apoyo del establishment de aquel país y de gran parte de los medios de comunicación a la candidata democráta, Kamala Harris, muy tierna para optar al puesto en sustitución del anciano Biden.
Trump ha alzado la voz para que su mensaje entrara en los domicilios norteamericanos como un superheroe jactancioso pero capaz de dar un cambio radical a la política tradicional y solucionar los dos problemas que muchos votantes consideran capitales:la inmigracion masiva y descontrolada, y el desempleo. Por esa vía quiere acabar con la inflación galopante porque sabe cómo hacerlo, y devolver la tranquilidad al estadounidense medio que ha visto descender su poder adquisitivo.
Frente a las proclamas que han extendido el pánico ante un segundo triunfo por el daño que un hombre con semejante vanidad puede ocasionar al estado de derecho, a la hora de emitir el voto los electores se han inclinado por la confianza en su capacidad para recuperar la estabilidad económica como hizo en su primer mandato. Un ejemplo que llega de ultramar pero que ya no es el único a considerar en la vieja Europa.