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Ayer fue el Día de los Muertos, también llamados Fieles Difuntos, y está muy bien que los muertos dispongan al menos de un día en el calendario, casi fiesta nacional en México y este año también en Israel, puesto que habitan en una eternidad sin días ni noches, sin memoria, sin biología, sin nada. Como si fuesen un fenómeno ondulatorio, pero eso sí, con un fuerte componente literario. Joyce lo contó en su obra maestra, el relato «Los muertos», cuyo final con la nieve cayendo sobre los sepulcros, y sobre los vivos y los muertos, plagia todo el mundo, y Schrödinger, con su gato que no está vivo ni muerto, lo describió matemáticamente en su célebre ecuación de la función de onda.

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Gracias a la literatura (y a la física literaria) lo sabemos todo sobre los muertos, y sobre el Día de Difuntos, pero para celebrarlo hoy adecuadamente es preciso actualizarlo, y establecer quiénes son los muertos en este momento. Y esta vez no hay duda, porque la actualidad asegura que todos los muertos son de Gaza, Cisjordania y Líbano, y además son muertos de autor, asesinados. Abatidos. Objetivos. No es que no falleciesen otros, pero los que cada día desde hace más de un año, contados de uno en uno (47, 122, 270, 81… y así hasta 40.000, o 100.000, según), ocupan los telediarios, son precisamente, mira por dónde, palestinos y libaneses.

Terroristas, hay que decir, ya que en esos lugares hasta los niños de pecho son terroristas, y si no lo son, seguro que lo serán. Jamás habíamos visto en directo una matanza igual, por lo que una vez contestada la difícil pregunta, casi siempre metafísica, de quiénes son los muertos, es casi obligatorio que hoy les dediquemos este Día de los Muertos. Qué menos, si por lo visto no se puede hacer otra cosa. Está bien que cada cual recuerde y venere a sus propios difuntos, todos tenemos los nuestros, pero una vez cumplido este triste ritual, podríamos encontrar unos minutos del Día de Difuntos para el alud de muertos recientes de este año. Que ya debería haber sido declarado por la Unesco Año de Difuntos. No sé a qué están esperando. De los autores intelectuales de dicho Año de Difuntos no vale la pena decir nada. Nos basta saber quiénes son los muertos.