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Los expertos en inteligencia artificial aseguran que en pocos años las máquinas sustituirán a los humanos en todas las profesiones y oficios, desde lo más sofisticado a lo más basto. No dudan de que esto ocurrirá más pronto que tarde, aunque no sean capaces de vaticinar cuándo. Hace unos días el impresentable de Elon Musk mostró al mundo algunas de sus novedades tecnológicas, como el taxi autónomo y el robot humanoide Optimus, que quiere convertir en nuestro mayordomo doméstico de forma masiva. Todo lo que rodea a este individuo es bastante siniestro, así que no descarto que la mayor parte de las cosas que dice sobre su producto sean burdas mentiras para evitar que su compañía se hunda en la Bolsa. El caso es que todas las utopías y distopías que los escritores imaginaron a lo largo de los siglos están a punto de hacerse realidad y el mundo tal como lo conocemos será un completo extraño para quienes nacimos en el siglo XX.

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La idea de que sean robots quienes trabajen, madruguen, sean productivos y sufran la condena del horario laboral y los resultados empresariales me parece un sueño. Ojalá ocurriera ya. Pero esa circunstancia suscita tantos interrogantes como desafíos. El humanoide de Musk costará lo mismo que un coche, dice. ¡Ja! ¿Con qué dinero lo compraremos si ya no percibimos un salario por nuestro trabajo? ¿Qué harán las personas? ¿Recibirán esa renta universal de la que se habla con timidez hace décadas? ¿Se entregarán con indolencia al juego, el ocio, la creatividad y los vicios? Hay que reconocer que no todo el mundo sirve para eso. Tampoco está el planeta entero al mismo nivel de desarrollo. Y a toda esa nueva «humanidad», ¿quién la dirigirá? ¿La clase política todavía existirá?