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La tragedia de Sant Llorenç de hace seis años se nos ha quedado pequeña con lo que ha ocurrido en Valencia, Albacete y Málaga. Nada nuevo bajo el sol, por desgracia. Porque ahora surgen voces torticeras que achacan este horror al cambio climático (cualquier excusa es buena para la matraca), culpándonos a nosotros de lo sucedido. Y no, lo siento. Es algo que se repite cíclicamente en esa región. De hecho, no hace falta ser muy viejo para recordar la última torrentada letal, en los ochenta. ¿Las causas? Imagino que la combinación perfecta de lluvias torrenciales y edificios construidos junto a torrentes mal estructurados. Y esa fatalidad de avisar poco, tarde y mal y no hacer caso a los avisos, algo muy nuestro también. Estoy segura de que las advertencias para la tromba en Castellón sí serán escuchadas. No hay nada que se haya hecho bien, pero me atrevo a vaticinar que ocurrirá lo mismo dentro de dos o tres décadas. Lo que esta DANA ha puesto de relieve es que España sigue siendo un país frágil, que esa supuesta fortaleza de la que tanto presumen los políticos que gobiernan ahora es solo circunstancial. Y más bien porque al resto les va mal que porque seamos realmente líderes en nada. Hemos avanzado, por supuesto, muchísimo en infraestructuras y en modernización, pero no lo suficiente. No es que podamos decir que nadie habría adivinado que algo así podría pasar, porque ha pasado muchas veces y no se han adoptado medidas para evitar que ocurra de nuevo. ¿Cómo van con los cambios que dijeron que harían en Sant Llorenç cuando todo estaba aún reciente? De hecho, creo que hace unos meses se anunció que las obras de mejora del torrente asesino podrían comenzar en 2027. Eso sí es muy español.