TW

Me dirigía a consultar mi optometrista, en plena calle una persona muy amable se dirigió a mí y me dijo: «Soy un lector suyo, me puede contestar una pregunta». Sorprendido, contesté afirmativamente. «Con toda la que está cayendo, cómo puede terminar sus escritos recordándonos que la vida es bella». Le contesté que no mirara al exterior, que lo hiciera hacia adentro. Me miró con cara de duda. Nos despedimos. Mientras esperaba en la consulta revisé las imágenes de aquel encuentro fortuito y corto. Por la noche en mi rincón de pensar, creí que aquella persona merecía una explicación, que debido a mi prisa en el encuentro no pude darle. La vida es cíclica. Analizado desde nuestra visión de la existencia es difícil comprender.

Nosotros solo somos un destello en un inmenso espacio galáctico, un grano de arena en un infinito desierto. Hay que contemplarla con una visión antropológica, biológica. Incluso en los debates entre darvinistas y sicologistas, siempre se acaba en la conclusión de procesos cíclicos. Nuestro planeta ha vivido ciclos de aparente final. Glaciaciones, desertizaciones, modificaciones tectónicas que han creado nuevos continentes. Eran ciclos naturales. Todo nace, crece y muere. El eterno esquema de Kuhn de la metodología científica es aplicable a cualquier orden. Incluso en nuestro propio ciclo vital acontecen. Embriones, fetos, infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez y muerte. Ahora vivimos el final de un ciclo, parece aterrador. La humanidad se halla en sumisión total al mercado. Cabalgamos sobre un individualismo que nos aísla. El hedonismo se asienta sobre una falta absoluta de valores. Todo ello es cierto. Pero al igual que uno puede sentirse libre en una cárcel y esclavo en la falsa libertad. Puede sentirse lleno y vital en el abismo absoluto.

Exactamente igual puedo sentir que la vida es maravillosa en la decrepitud total. Tenemos muchos resortes en nuestro mundo emocional y sensitivo que nos enseñan el camino. Hay que silenciar los algoritmos que intentan dirigirnos. Reaprender la importancia de lo pequeño. En la meditación uno aprecia la existencia de trillones de átomos que forman nuestro cuerpo que hemos olvidado. Nos enseña contenidos esenciales del silencio, sensaciones maravillosas de la brisa. La contemplación de la naturaleza y su maravilloso orden lógico y bello nos ordena por dentro. Rediseña nuestra existencia, libera nuestra mente con un trabajo excepcional de nuestro cuerpo integral, liberando cascadas de neurotransmisores, modificando incluso nuestro encéfalo con la maravillosa neuroplasticidad. Cada segundo de mi existencia que no aprovecho todos los resortes de la vida es tiempo perdido. El exterior es aterrador. Nos dirigen mediocres y psicópatas peligrosos dirigen el mundo. Pero esto no debe influir. Mirar hacia dentro y redescubrir que la vida es bella.