No es la mejor imagen que se puede tener de un soldado. Con la excusa de su seguridad, enfundados en chaleco azul, soldados de Naciones Unidas corren, en busca del resguardo de su búnker.
Son unos de los más de 10.000 ‘cascos azules’ de 50 países que forman Unifil, la fuerza interina de Naciones Unidas para el Líbano desplegados desde 2006 entre el río Litani y la Blue Line una línea fronteriza imaginaria marcada por barriles azules, muy cercana a puntos calientes como los Altos del Golán, las granjas de Sheeba o el nacimiento del sacro río Jordán cerca de Ghajar. A pesar de este carácter interino, estas ‘fuerzas’ no tienen fácil su función de interposición. Y desde luego, sus mandos y los desplegados no son responsables de la situación, ‘manos atadas’ políticamente, al depender de ordenes del propio Consejo de Seguridad y de la Secretaría General de NN.UU. Aquí es cuando discuto la pasividad de la Organización tras lo decidido en su Resolución 1701 de 2006. El Consejo de Seguridad había actuado con relativa rapidez desde el anterior ataque de Hizbulá contra Israel y la posterior invasión del sur del país por parte de las IDF en julio de 2006, con una Resolución inmediata tomada el 11 de agosto. Ella entrañaba la retirada total del Ejército de Israel y sustituirlo por el progresivo despliegue del ejército libanés, cuantificado en 15.000 efectivos. El despliegue de Finul debía avalar estas condiciones «de manera que no haya armas en el sur del Líbano sin el consentimiento del gobierno libanés», algo que no se ha cumplido. Alguien podrá alegarme: «¡pero si en el gobierno de Beirut hay ministros del brazo político de Hizbulá!».
Opino que si son ‘cascos azules’ dotados de material de guerra, no deberían permanecer impasibles ante la situación creada en el sur del Líbano. Para una misión que, ciertamente es de interposición y no de imposición de paz, ha utilizado Naciones Unidas en otras ocasiones a ‘boinas azules’ desarmados. Pongo por ejemplo el desmantelamiento de la ‘contra’ nicaragüense que realizó Onuca en Honduras, país santuario desde el que operaban contra Nicaragua aquellas fuerzas antisandinistas auspiciadas por los EE.UU. También se encontraban entre dos fuegos, indiscutiblemente no del mismo calibre e intensidad que el que ahora provocan Israel e Hizbulá.
Pero con menos de 10.000 hombres y también con bandera de Naciones Unidas -esta vez amparados por una Resolución de la Asamblea General- tropas aliadas al mando del General Mc Arthur desembarcaban en la bahía de Incheon en Corea del Sur en septiembre de 1950 y con refuerzos importantes reconquistarían Seúl a los norcoreanos. Pero tenían la operatividad de pertenecer a pocos países y recientes sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial. Tampoco las Naciones Unidas eran las de ahora.
¿Qué consecuencias tiene la situación actual, considerada y asumida desde hace años como de calma tensa? Que el gobierno de Tel Aviv pida la retirada de Unifil, porque su despliegue sirve de escudo humano a Hizbulá. A la vez, este grupo terrorista utiliza las incursiones y posibles errores del Ejército Israelí contra instalaciones de Unifil, para incrementar su campaña de opinión pública contra el estado hebreo, sin descartar acciones propias que imputen a los israelíes. Nada nuevo. En el ataque a la Universidad Centroamericana (UCA) en noviembre de 1989 que costó la vida a seis jesuitas españoles, el ejército salvadoreño vistió y armó al grupo ejecutor del batallón Atlácatl, como si se tratase de un comando del FMLN, el grupo guerrillero que sitiaba en aquel momento la capital, San Salvador. Hasta que se descubrió la burda maniobra, los primeros momentos fueron de gran incertidumbre.
Pero hay un segundo responsable: el gobierno del Líbano y sus Fuerzas Armadas (LAF). Si un estado soberano quiere ser respetado, con fronteras reconocidas internacionalmente desde el Armisticio Israel-Líbano de 23 de marzo de 1949, no debe permitir albergar grupos terroristas en su territorio. Y no vale la excusa de ampararse desde 2006 en el despliegue de Naciones Unidas. ¡Ha tenido 18 años para ejercer esta soberanía! Si ahora recibe golpes en su territorio y no solo en la franja sur sino en su propia capital Beirut, es porque no ha sabido cumplir sus obligaciones como Estado. El caso no es el mismo, pero igualmente significativo: Francia sirvió durante años como santuario a ETA, hasta que París comprendió que el problema podía extenderse a su propio territorio y cambió de política. En aquel momento comenzaría el lento final de la banda terrorista, hoy cobardemente blanqueada en un sucio intercambio de intereses partidistas.
Librar al Líbano del terrorismo de Hizbulá en el sur de su -territorio, sería un primer paso para cimentar una paz en la región.
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 17 de octubre de 2024.