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Mi ordenador me exige actualizarse casi cada día, y con malos modos. Mi televisor, que es mucho más inteligente que yo, también ha cogido la misma mala costumbre, y al encenderlo suele abrir una ventanita asegurando que tiene que actualizarse, aunque permite la opción de hacerlo más tarde, que es la que escojo siempre. Hasta que las demoras exasperan al aparato, que se actualiza por las bravas sin permiso y sin opciones. Actualizarse es el dogma universal, y si los electrodomésticos lo aplican a rajatabla, es que es de aplicación universal obligatoria. Un mandato cultural. La mayoría de pelis y series son actualizaciones de viejas películas y series mucho mejores, y no digamos las novelas. Ya tenemos innumerables «Romeo y Julieta» de supermercado, guerras de Troya por todas partes, con la cólera de Aquiles muy actualizada, y una larga lista de superhéroes a la búsqueda del vellocino de oro. Vellocino a su vez actualizado, naturalmente.

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Lo que no está actualizado, aunque sea una obra maestra, está obsoleto, no tiene mercado ni valor añadido. No vale nada. Así que no me extraña que una institución tan clásica y rigurosa como la de los Premios Nobel, instituidos en 1895, también se esté actualizando a toda prisa. Por el qué dirán. Y este año han dado un gran acelerón. El Nobel de Física, por ejemplo, concedido a John Hopfield y Geoffrey Hinton, pioneros de la IA, «por sus invenciones para aprendizaje con redes neuronales artificiales». En efecto, este Hopfield, biofísico y cibernético, inventó hace más de treinta años las redes neuronales asociativas (red Hopfield,) para que las máquinas aprendiesen. Eso es actualizar la física, y desde luego, toda la actualidad es ahora la IA. El Nobel de literatura a la coreana Han Kang sigue idéntico criterio, pues nada más actual que la cultura coreana, sea cine, series, música o comida. Y como a veces para actualizar hay que retroceder, el Nobel de la Paz fue para los supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945. En realidad, el Nobel empezó a actualizarse con el Premio de Economía del Banco de Suecia, que durante décadas se llamó «equivalente al Nobel de Economía», y ya hace años que dicen Nobel a secas. Un Nobel inexistente y falso, actualizado. Por mi parte, ya me actualizaré más tarde. O no.