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A medida que aumentan las plantillas de los gabinetes de prensa en las administraciones -incluyan también las empresas públicas y otros muchos entes institucionales-, se debilita el corazón de los medios por los recortes y por la imposibilidad de retener o atraer más personal.

Levanto la mirada. Se vacían las redacciones de periodistas, pero aumenta el número de escritores de notas de prensa y comunicados varios que complican nuestro trabajo diario.

Explica Alba Tarragó, redactora de «Ara Balears», que en poco más de tres décadas, las administraciones de Balears han pasado de contar con un único periodista, adscrito al Consell General Interinsular, una institución preautonómica de los 80, a superar los 120. Proliferan y se reproducen en el Govern, los consells insulars y en los ayuntamientos.

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Los sueldos de estos funcionarios comunicadores superan los asignados a los redactores de prensa escrita, radio y televisión. Trabajan con horarios más ajustados, que facilitan la conciliación, pero envían las notas tarde y mal.

Cada cambio de gobierno provoca un vaivén de idas y venidas, cada vez hay más puestos a cubrir. Y su cometido no se limita al comunicado diario.

Son requeridos para redactar discursos y réplicas, incluso cartas de condolencia para que el político de turno exprese sus cálidos sentimientos a los familiares del fallecido que dejará de votar. Pero sus allegados lo seguirán haciendo. En estos tiempos de posverdad, estos mercenarios intentan imponer el relato nebuloso e interesado a quienes siguen practicando el ejercicio honesto y leal del periodismo.

Se empecinan en dificultar e impedir el contacto directo y la conversación eficaz con los políticos. Una práctica antaño habitual, sometida hoy al control del gabinete de turno. Los periodistas funcionarios desvían o eluden cualquier llamada. Como escribió el gran García Márquez: «Aunque se sufre como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo». Y hoy sufrimos más.