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Si ahora mismo yo fuera una mujer norteamericana debería estar de lo más feliz sabiendo que el candidato Trump está dispuesto a lo que sea para protegerme. Al menos esto es lo que dijo: voy a ser el protector de las mujeres. Fantástico. Y es comprensible que se sienta un superhombre, puesto que cada vez que se lo intentan cargar él sale victorioso, con algún simple rasguño que se cura con mercromina.

Nadie puede con él. Es un protector como la copa de un pino, pero también debe de ser un protegido de algún ser superior. La verdad es que si yo fuera una mujer norteamericana tal vez le diría que se le agradece la intención pero que, por favor, no se tome tantas molestias. Tiene que ser una maravilla sentir que uno no tiene solamente poder político, sino también poderes sobrenaturales. Supertrump (no confundir con el grupo Supertramp, por favor). En fin.

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«Siempre pensé que les gustaba a las mujeres», declaró. Aquí metió la pata, porque se ve que desconoce la realidad. Y, aunque hay muchas mujeres en sus mítines agitando la bandera y grandes pancartas de «ánimo, estamos contigo», yo diría que son minoría. O lo van a ser. Vamos, que de ilusión también se vive, señor Donald. Hay que tener mucho rostro para decir que las mujeres ya no tendrán necesidad de abortar porque van a ser felices, sanas y libres. Este mundo de fantasía que pretende alcanzar no existe. Ni siquiera los hombres son felices, sanos y libres. Son palabras vacías. Y más viniendo de un tipo que fue declarado culpable de abusar sexualmente de una escritora. Qué maravilloso protector nos ha salido.

Pero lo peor de todo no es que se trate de un individuo que miente, anuncia disparates y se mofa constantemente de sus opositores; pienso que lo peor es que haya mujeres que escuchan su discurso y se lo crean. Contra esto no hay mercromina que valga.