La televisión pública, que nos cuesta la friolera de 1.500 millones de euros cada año, no ha de ser divertida, aspirar a audiencias millonarias ni competir con la bazofia de los canales privados. Es un servicio público y debe limitarse a informar y difundir asuntos de interés nacional, con rigor y seriedad. Si su audiencia se va al garete, pues no pasa nada. Habría que recortar los sueldos estratosféricos a las estrellitas de la pantalla y dejar en plantilla a los profesionales solventes, técnicos y periodistas. Pero, ay, el inmenso poder que tiene la televisión seducen a las alturas políticas y desde allí se dan órdenes de manipular a la opinión pública, intentar camelarla con programas de moda y arrastrar a la audiencia en ridículas competiciones por ver qué presentador es más estrella que el otro.
El rayo verde
Milicianos
29/09/24 4:00
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