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La mitología griega cuenta que Afrodita, diosa del amor, plantó el primer granado en la zona de Tesalia, razón por la que todavía se relaciona a la granada con el deseo sexual y la belleza. Pero lo cierto es que los poetas griegos casi todo lo relacionaban con el sexo y la belleza (sí, como Freud), y ya había granados en los maravillosos jardines colgantes de Babilonia. Normal, puesto que se trata de un árbol originario de Persia, y de allí sacaron los griegos, como quien no quiere la cosa, un buen pellizco de lo que luego fue la famosa cultura occidental.

Esto lo sé, naturalmente, por el profesor Bernat, gran experto en la antigua Persia. Los fenicios adoraban las granadas y las extendieron por todo el Mediterráneo, aunque antes habían llegado a India, China (allí fabricaban un vinillo ligero) y Japón, donde al ser los japoneses como son, convirtieron este hermoso árbol en un jodido bonsái. A nuestros patriotas les gustará recordar que en el escudo de España figura una granada, lo que da idea de la asombrosa capacidad simbólica de esta fruta mítica y llena de granos como piedras preciosas, que entra por los ojos y lo mismo sirve para un barrido que para un fregado.

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En realidad, la granada es una fruta otoñal que a diferencia de otras de temporada (membrillos, caquis, uvas, higos), tiene mucha más historia, leyenda y simbolismo que mercado. Buena imagen pero escasa reputación entre los chefs. A los niños les suelen gustar, por el aspecto claro está, pero poco más. Es una fruta rara, picuda y poética, pero venida a menos y sin prestigio alimenticio pese a sus excelencias nutritivas. Una curiosidad otoñal. Todo esto viene a cuento de que ahora es el tiempo de granadas, y como no duran mucho (lo habitual en los dones de Afrodita), si se despistan ya no habrá ninguna hasta el año que viene.

Yo solo he comido (picoteado) un puñado de granitos dos o tres veces en mi vida, hace bastantes años, pero las he leído mucho y me alegro de que existan. Un mundo sin granadas sería más feo, más inhóspito, más simplón. En fin, que ahora tienen ocasión de hacerse con tres o cuatro piezas, y ponerlas a lucir en un hermoso frutero. Incluso sin comerlas, mejorará su inteligencia.