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En un futuro no tan lejano muchos destinos que llevan décadas explotando el turismo de sol y playa como Balears podrían afrontar una fuerte caída de la demanda de vacaciones debido al aumento global de las temperaturas. En el peor escenario de calentamiento, con un aumento de 4,8 grados centígrados en los termómetros a finales de siglo, el informe «El impacto del cambio climático en la demanda del turismo en España», elaborado por BBVA Research, estima esa reducción de la demanda en torno al 7 por ciento en 2100, respecto al periodo 2024-2030.

Los efectos serán más pronunciados en el Mediterráneo, con un desplome del 60 por ciento en verano para recuperar turistas en otoño, lo que llevaría a una bajada anual neta de un 27 por ciento. No será un cambio abrupto, de hecho ya estamos experimentando olas de calor seguidas de episodios recurrentes de lluvias extremas que destrozan en un día playas que tardan meses, si no años, en recuperar su fisonomía.

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Ahí tenemos Cala en Porter, que acabó la temporada el 15 de agosto, y el último golpe sufrido por la tempestad en playas de Es Mercadal. Los flujos turísticos cambiarán, ya han empezado a hacerlo, del sur al norte, la cornisa cantábrica empieza a notar el sabor agridulce del turismo de masas y la terciarización. Muchos solo buscan dejar atrás el insomnio de las noches tropicales y respirar, huir del sofoco constante.

¿Qué sucederá en Menorca? Probablemente la tan buscada desestacionalización llegará impuesta por el clima, primavera y otoño serán más populares, y puede que eso alivie la presión que se siente en verano. Aunque no basta el cambio meteorológico, sino también modificar el tradicional parón laboral en agosto de las ciudades de origen. A cambio habrá que convivir casi todo el año con quienes nos visiten y adaptarnos para que no se tambalee la economía. Nueve o diez meses disponibles para el turismo, la fórmula que siempre se ha vendido como mágica y para la cual esta sociedad no parece estar ni receptiva ni preparada.