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Algunas veces pasa que lo que nos toca vivir es tan terrible que preferiríamos pensar que se trata solo de un sueño y que, al despertar, todo volverá a su orden natural. Supongo que a todos nos ha pasado alguna vez que soñamos con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros y que cuando volvemos a la realidad nos da rabia haber despertado, porque lo que hemos vivido al soñar nos gustaba mucho más que lo que tenemos y somos. Como verán, hoy me ha vencido la influencia de los dramas filosóficos, que no tienen ninguna gracia, por cierto. Un buen ejemplo podría ser este verano. Tengo la impresión de que lo que he vivido no es real, que no es verdad, y que lo único que he hecho ha sido soñar. Sé perfectamente que un día de estos tendré que aterrizar por fin y aceptarlo todo. Aceptarlo y reconocer que no he estado soñando, cual Segismundo, sino que este amasijo de desgracias eran ciertas. En fin, demasiada filosofía, supongo.

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Lo que quería decir es que los sueños son algo muy ansiado para lo que tenemos que estar preparados, puesto que en cualquier momento pueden presentarse. ¿Qué han sido las olimpiadas, por lo visto? Un enjambre de sueños. Los atletas y deportistas en general no hacen nada más que soñar. He venido a cumplir mi sueño, repiten uno tras otro. Da igual si ganan medalla o no; el sueño es lo que persiguen. ¿Y qué dicen los artistas? Pues que están donde están para que sus sueños se materialicen. Los viajeros también sueñan lo suyo: cualquier destino puede ser su sueño. Los cantantes que acuden a concursos televisivos lo que desean más que nada en el mundo no es cantar, sino hacer realidad su sueño. Y así sucesivamente.

Yo, en cambio, no tengo sueños como estos. Ni uno solo. A veces me da un poco de pena. A ver si es que vivo dentro de uno y aún no me he dado cuenta…