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La mitad de los accidentes de tráfico están relacionados con el consumo de alcohol y drogas, lo que revela una realidad imposible en nuestra sociedad: que gran parte de la población anda por la vida colocada. Y eso, que evidentemente es un enorme riesgo cuando uno va al volante de un coche o sobre una moto, lo es también en la vida cotidiana, donde genera desastres de todo tipo. Hace ya varios años que los empresarios de Estados Unidos acudieron al mismísimo presidente del país para pedirle ayuda porque les resultaba dificilísimo encontrar empleados que no estuvieran drogados. En este mundo global las cosas se extienden con velocidad y a buen seguro que esa terrible situación se enquistará entre nosotros más antes que después.

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El caso es que el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, quiere rebajar a la mitad la cantidad de alcohol en sangre autorizada en conductores con la esperanza, dice, de reducir los accidentes y sus consecuencias. Le deseo suerte con eso. En un país donde los adolescentes no encuentran otra fuente de ocio que el alcoholizarse en botellones, donde uno puede contar desde la ventana de casa media docena de bares a la vista y donde el polideportivo municipal más cercano está a varios autobuses de distancia. En un país donde cada vivienda guarda en un armario varias botellas de alcoholes de alta graduación. Este señor prohibirá lo que quiera y se hinchará a cobrar multas, pero reducir el consumo y, sobre todo, reducir la necesidad de consumirlo, es harina de otro costal. Eso requiere una revolución social desde los cimientos. Y no parece que la tendencia mundial sea esa precisamente. Al contrario, todos bien drogados a ver si conseguimos que nadie se entere de nada.