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Cerramos hoy, a las puertas del otoño, la serie «otros veraneos» que gentilmente como en años anteriores nos ha abierto «La Razón». No se ha pretendido más que dar a conocer fuera de los conductos oficiales1, los esfuerzos de los cerca de 5.000 soldados y marineros españoles repartidos por estos mundos de Dios, haciendo referencia a sus familias, pendientes siempre de cualquier acontecimiento o peligro que les puede afectar, porque ciertamente las zonas de despliegue si algo tienen en común, es la incertidumbre, la posible desestabilización y la inseguridad.

En tres décadas de misiones de nuestras Fuerzas Armadas fuera de nuestro suelo, los cambios han sido sustanciales tanto por los ámbitos geográficos como por los tipos de misión. Aquellos primeros despliegues como «boinas azules» de Naciones Unidas en Namibia, Angola, Nicaragua o incluso en los comienzos de Bosnia, se presentaban como especies de ONG’s en la que no se quería mencionar siquiera la palabra guerra. Tiempos precisamente del «no a la guerra» como grito reivindicativo de interesadas opciones políticas. Aquí, en un alarde de imbecilidad, Incluso se proscribió el termino guerra en una revisión de nuestras Ordenanzas. Los mismos iluminados que quisieron borrar, sin conseguirlo, el lema de la Academia de Suboficiales de Tremp «a España servir hasta morir». Como si eliminando la palabra cáncer, acabásemos con la cruel enfermedad.

Tiempos de un buenismo utópico que la realidad se encargó pronto de superar. Bosnia inicialmente, Kosovo después y la «imposición de la paz» por la fuerza de las armas en Serbia, lo corroboraron. Hoy ya no se discute el termino, porque la guerra con todas sus crueldades está abierta en Gaza, en Ucrania y en frentes menos conocidos como Yemen o el Sahel.

Todo esto lo han vivido y lo viven nuestros contingentes, sujetos a iniciales problemas presupuestarios y de materiales adecuados, cuando comprobamos con dolor que muchos de nuestros medios- los BMR por ejemplo- no daban respuesta a las características de los nuevos tipos de guerra y fuimos adaptando a veces sobre la marcha, medios adecuados y sobre todo, seguros. También vivieron nuestras Fuerzas Armadas    incertidumbres políticas, como las producidas a partir de los trágicos atentados de los trenes del 11 de marzo de 2004, que cambiarían nuestra historia reciente. ¡No lo tuvieron fácil aquellos contingentes en Irak que, formando parte de una coalición internacional, desplegaron no sin riesgos en tiempos del Gobierno Aznar, ordenado su repliegue con innecesarias prisas, por el Gobierno Zapatero!

A día de hoy, asentado el modelo, a veces a costa de sacrificios y errores, despliegan con eficacia nuestros contingentes, respetados y queridos y en muchos casos con amplias responsabilidades como actualmente en El Líbano, Irak o el Indico.

Y cuando a través de los encuentros de esta serie, he entrado en sus vidas, solo he encontrado espíritu de servicio, vocación, responsabilidad, orgullo de representar a España, amor y preocupación por sus familias. Incluso un fino sentido del humor. En el fondo, calidad humana, capaz de afrontar cualquier contingencia.

No puedo sustraerme hoy, al hablar de incertidumbres políticas, de un acontecimiento que vive la ciudad de Mahón desde donde escribo, al conmemorarse estos días la llegada de los náufragos del acorazado «Roma» hundido en aguas del golfo    de Asinara por la aviación alemana    un 9 de septiembre de 1943. Con el buque insignia de su magnífica flota, murieron 1.425 hombres de su tripulación entre ellos su Almirante Bergamini. Cuatro destructores que trasladaron a los 622 supervivientes quedaron internados hasta enero de 1945 en el puerto de Mahón. Veintiséis de estos náufragos quedaron entre nosotros, otros doscientos curarían en el entonces Hospital Militar de la Isla del Rey.

Resumo un hecho que podría ser uno más de los trágicos de una guerra. Pero resalto las consecuencias de incertidumbres políticas que sufrieron aquellas tripulaciones en sus bases de La Spezia y Génova y muy especialmente la de su almirante Bergamini. En una Italia dividida -Musolini liberado había creado una nueva república en el norte-, desembarcados los Aliados el 10 de junio en Sicilia, el Rey Víctor Manuel y su Jefe de Gobierno el general Badoglio, habían firmado un armisticio con los Aliados el 3 de septiembre de aquel 1943. Un absurdo secreto impidió que el Almirante de la Flota lo conociese, recibiendo órdenes tan contradictorias como la de evitar el desembarco aliado en Salerno, la de prever la auto destrucción de sus barcos,    la de navegar sin la cobertura aérea que antes le proporcionaba la Luftwaffe, ahora su verdugo, hasta la isla de La Magdalena entre Córcega y Cerdeña, para recibir instrucciones.

¡El factor humano no falló en Bergamini, pero la incertidumbre política le llevó a la muerte!

1 La serie ha contado con el esencial apoyo del Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa.

* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 12 de septiembre de 2024.