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El debate sobre el turismo en Menorca se ha intensificado en los últimos meses, especialmente con la llegada de un nuevo gobierno en el Consell. Curiosamente, las críticas sobre la masificación turística y la turistificación de la Isla han cobrado fuerza justo este año, a pesar de que durante los ocho años anteriores, bajo la administración de la izquierda, no se registraron protestas significativas. Resulta paradójico e hipócrita que la presencia del Consell en ferias como FITUR, que en años anteriores no generó polémica, ahora sea objeto de críticas vehementes. Es condenable solo si gobierna el PP.

Los titulares del Diari MENORCA reflejan esta situación: «Una protesta del GOB en el centro de Ciutadella denuncia la turistificación de los pueblos» o «Protestas antiturísticas se cruzan en el debate del modelo económico» son solo ejemplos de cómo se ha enmarcado la discusión. Sin embargo, ¿es que este año hay más motivos para condenar el turismo por una excesiva masificación? La realidad parece contradecir el alarmismo de estas manifestaciones. Según datos recientes, la ocupación hotelera en julio fue la más baja en quince años, situándose en un preocupante 80 por ciento, y la temporada turística en general no ha logrado despegar como se esperaba.

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El turismo ha sido, y sigue siendo, un pilar fundamental de la economía menorquina. No solo genera empleo y riqueza, sino que también impulsa la preservación del patrimonio cultural y natural de la Isla, que son, en última instancia, los verdaderos atractivos que hacen de Menorca un destino único. Es esencial recordar que el turismo responsable y bien gestionado no es el enemigo, sino el aliado en la preservación y promoción de la belleza y autenticidad de Menorca.

Es necesario un debate equilibrado y libre de prejuicios políticos, que valore objetivamente los beneficios y desafíos del turismo, sin caer en contradicciones. Porque, al final, el verdadero amor por Menorca no se mide por banderas políticas, sino por el compromiso con su futuro.