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Me resulta ciertamente inverosímil la situación política que nos envuelve y nos revuelve. Es incomprensible la actitud contemplativa ante el constante juego de los políticos que han optado por normalizar la mentira convirtíendola en un elemento que pone en peligro el sistema democrático. Incomprensible el constante deterioro de las instituciones y la falta de conocimiento que los ciudadanos, en general, tenemos ante la gravedad de esta realidad.

Hannah Arendt, historiadora y filósofa alemana, dijo: «Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y actuar está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras».

Poco a poco, con un goteo casi imperceptible, se debilita la Constitución y el poder Judicial, queriendo dejar sin valor el unánime consenso del 78.

En general, y comparado con otros países europeos, tenemos una deficiente formación cívica y política. La catedrática de Derecho Constitucional, Teresa Freixes, alerta del peligro del cambio de sistema que se está fraguando a través de la aprobación de normas y la instauración de nuevas políticas inaceptables.

«Hemos de ser ciudadanos informados y activos, como señalaba el polítologo y filósofo Norberto Bobbio, defensor de los valores democráticos, los derechos humanos y la justicia, que intervengamos en la vida pública del país, que demos nuestra opinión, y que ayudemos a formar a la opinión pública, porque a través de la opinión pública se forma después la opinión del voto, y a partir del voto se eligen las instituciones».

Creo que nos movemos más por psicología que por sociología. Las redes son capaces de convencernos de cualquier cosa, máxime cuando se está indeciso y no se tiene un criterio bien cimentado, con lo que las noticias fake tienen el terreno bien abonado. En el caso de nuestro Gobierno actual, pilotado por el PSOE, tiene una multitud de personas trabajando no sólo en marketing sino también en la ciencia del comportamiento, por lo que sus mensajes son capaces de caer en una tierra ya «fertilizada» por unas creencias que no responden a una realidad compleja, esa que produce la propia política.

En la época del Brexit los británicos indecisos fueron la clave del «éxito». Sobre ellos se enfocaron todos los mensajes y las estrategias de comunicación necesarias que finalmente consiguieron la victoria.

Como sociedad civil tenemos la posibilidad de poner fin a estas peligrosas artes, pero estamos demasiado hartos y por el propio hastio parece que hemos decidido despreocuparnos, con lo que somos capaces de alterar la realidad para que nuestra visión del mundo encaje con nuestra posición ideológica. Esa posición que, pase lo que pase, no queremos cambiar y en la que no vemos fisura alguna. Quizá por una cultura familiar, quizá por una idealización de unas siglas aunque hayan perdido su esencia.

Puede que esta sea la razón por la que muchos votantes del PSOE no ven, o no quieren ver, lo que está haciendo Pedro Sánchez. Aquellos históricos socialistas que se mantienen en los principios idologícos fundamentales y evidencian esta disonancia cognitiva, son retirados del partido. Respetados socialistas, con la lucha de su ideología en las venas, están cuestionando este peligroso cambio de rumbo de un partido fundamental en la sociedad española y advirtiendo de lo que me atrevo a calificar como Síndrome de Hubris, o lo que es lo mismo, un ego desmedido y un total rechazo a las opiniones y las necesidades de los demás.