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No le podemos arrebatar a Zapatero el mérito de haber cambiado de orientación política al PSOE en los dos últimos años de la segunda legislatura de Aznar, dirigiéndole a enfrentar a los españoles a base de denigrar a la derecha, de construir una imagen odiosa del PP que gobernaba, culpándole de todos los males, que iban desde la guerra de Irak hasta la crisis del Prestige, en colaboración con los artistas e intelectuales de la ceja y el activismo independentista de vascos y catalanes.

Al llegar al Gobierno se propuso que la derecha no pudiera volver a gobernar y, para ello, desenterró el Frente Popular republicano y, con su inefable ayuda, llevó a cabo una política de criminalización y destrucción del adversario político, convertido ya en enemigo. Aisló al PP con un cinturón sanitario recurriendo al Pacto del Tinell y promulgó la Ley de Memoria Histórica que hacía a este partido heredero de la derecha de los años treinta y, por tanto, responsable de todos los horrores de la Guerra Civil.

Luego llegó el sanchismo, que hizo del odio su principal y más poderosa arma de destrucción social. Se presentó como víctima del odio de los que se revolcaban en el fango representando a la fachosfera o la degradación moral. Puso en marcha la máquina del odio que llevó a la izquierda a ahorcar al Rey simbólicamente, a guillotinar a Rajoy, a criminalizar a Ayuso y a lacerar el muñeco que la representaba con un bate de béisbol, a destrozar injustamente la vida de Rita Barberá, a quemar en Pamplona la imagen de Abascal, a inculpar al marido de Ribas, que fue víctima del secuestro de su hijo por parte de su mujer; a impostar una agresión homófoba sufrida por un joven de Malasaña… «En nuestra sociedad no tiene cabida el odio», dijo Sánchez. No se puede ser más cínico.

Ante esta lista interminable de muestras de odio la Fiscalía del sanchismo, muda ante tanta tropelía, anuncia una ofensiva contra la libertad de expresión implantando la censura preventiva, con la excusa de la necesidad de reprimir los delitos de odio en las redes sociales. Saben que es una misión imposible acabar con esa lacra, pero lo que en realidad pretenden es imponer lo que se puede o no decir. Vaya morro.