En un establecimiento de restauración de la costa sur de la isla exponen un cartel advirtiendo de que ‘los menorquines no somos lentos’ sino que son quienes nos visitan los que llegan aquí estresados (ver foto). ¿Es cierto eso? Al lado de este cartel hay otro que pide respeto para el personal de servicio, para que se le trate bien.
Veamos. Agentes del sector turístico nos cuentan que no pocas veces han visto a conductores de vehículos particulares desembarcar del barco intentando colarse para poder salir 1 minuto antes del que le precede en la cola de la bodega. Ni tan solo tienen la paciencia de esperar su turno.
Otro contaba sobre cuán nerviosa y estresada se muestra mucha gente de toda condición (incluidos personajes famosos increíblemente peseteros) en el momento de entregarles un coche de alquiler en el aeropuerto. La duda y la sospecha son sus compañeras del viaje. No se fían. Incluso alguien nos diagnosticó que hay turistas que llegan seriamente enfermos de estrés y que, conscientes de ello, esperan que la isla les sane.
Pero algunos no consiguen desprenderse de ese estrés por la programación diaria a la que se exponen. Son los que se autoimponen unas obligaciones esenciales para, ya cumplidas, poder exclamar, ufanos y alineados, ‘¡Ya conocemos la Menorca auténtica! Pero no saben que cumplir tantas obligaciones básicas les aleja del imprescindible dejar pasar el tiempo dulcemente, sin prisas, que es eso tan necesario para poder disfrutar de unas vacaciones reparadoras que se suponen son para el descanso, el ocio y el vacío de obligaciones.
Vean. En investigación privada me enorgullezco de haber descubierto el listado de esos básicos que deben de ejecutarse sí o sí en la isla para poder certificar que efectivamente se la conoce bien. Primera: debes de demostrar que has estado en una playa virgen. Si es posible Macarella, of course. Segundo: debes de haber sido visto en una puesta de sol, esa ordinariez supina (más abajo, les detallo). Tercero: debe de haberte pisado un caballo en una de las fiestas patronales de la Isla. Eso da un gran pedigrí. Cuarta: debes de haberte tomado una langosta (probablemente africana, una pobre inmigrante) para así poder pontificar sobre cuán buena es la gastronomía de la isla. ¡Al final, son solo € 80,00 del ala! Quinto: debes de comprarte unas abarcas planas de esas tan incómodas que te destrozan los pies. Sexto: Debes de comerte una docena de pastissets fets amb xua de porc que cauen com un tir a sa panxa. Séptimo: Debes de tomarte una pomada en Mahón y un gin amb llimonada en Ciutadella. Así todos contentos... y más contentos si te tomas cuatro... en cada lugar... Y así hasta completar un listado de 15 obligaciones esenciales que otro día quizás detallaremos.
Concreciones. Hace unas semanas nos invitaron a cenar en una finca del término de Es Mercadal y pudimos contemplar el reguero de vehículos y motos de relumbrón que pasaban en devota procesión a ver la dichosa puesta de sol. Raudos y sin miramiento alguno pasaban por el estrecho camino rural cuales zumbados ansiosos y obligados a cumplir con otra imprescindible estación de la ginkana en que convierten su estancia en la isla.
Hay que saber que en Menorca vemos las puestas del sol donde nos pasa por ‘es galindons’ pero no peregrinamos a un paraje inhóspito infectado de pretenciosos. Antes de que se pusiera de moda esta nueva ansiedad nadie iba a ver en Menorca como el sol deja el día. Y muy pocos a ver cómo salía. Quizás con dos excepciones: una por Sant Joan cuando en Ciutadella van a ver ‘ballar es sol’. Y otra en Mahón cuando se puso de moda ir a las lomas cercanas de La Mola para, en acto patriótico, ver salir el primer sol de España, tras tomarte un bocadillo de aguante en el Viejo Pop del Cos de Gràcia, un auténtico afterhours de la época, o ‘una de patates frites’ con las últimas cañas en Cal Dimoni del amigo Tóbal de Es Cap Roig.
Otra: Apretujarse en una playa (antes virgen y ahora desvirgada y prostituida por miles de clientes) no es conocer Menorca, es padecerla. Recordando lo que afirmaba Fraga Iribarne: «Hay que decirlo, hay que decirlo: ¡Cuánto daño han hecho los anuncios de cerveza para ayudar a su masificación!».
Sí, el estrés incurable es la causa por la cual algunos no sanan en la isla sino que empeoran su estado al regresar a sus habitáculos urbanos. Una pena. Un desperdicio. Son los que llevan implantados en sus cabezas las prisas y las ansiedades urbanas, las urgencias inexistentes y un ‘Orden del día’ militar con metas y deberes a cumplir.
En cuanto a los dos carteles del restaurante citado, permítanme decirles que los menorquines no somos ni más ni menos lentos que otros. Hace unas semanas escribimos aquí mismo sobre el asunto. Aquí también hay gente que ‘fa feina a escarada’ y que todo el día ‘frissa’. No generalicemos. Y no lo olvidemos: hay que ser amable con el personal de servicio, suficiente tienen con tener que aguantar a tanto estresado.
Notas:
1- ¿Se pondrá de moda en la España sanchista tener una cuñada japonesa?
2- ¿Se disolverá pronto en USA el efecto Kamala? ¿Será finalmente un soufflé?
3- Cuando el diluvio, el digital nacionalista catalán ‘Vila web’ - ¿o fue el Nacional.cat? - llamaron ‘El Mercadal’ a nuestro ‘Es Mercadal’. Otro desprecio a la identidad menorquina. El acostumbrado colonialismo toponímico.
4- ¿No organizarán nuestras guerrilleras feministas una manifestación contra la nueva ley de los talibanes afganos ‘Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio’ que obliga a sus mujeres al uso obligatorio del hiyab y prohíben el sonido de la voz de mujer? Ya tardan ¿no?
5- Algunos creen que la horrorosa y repetitiva música tecno-paleta que nos invade proveniente de parajes del otro lado del Atlántico es la venganza de Moctezuma y de sus tribus afines que fueron sometidas hace 500 años. Un horror.