TW

Justo cuando la DANA amenazaba Menorca, pude salir de la isla en el último vuelo. Me dio la sensación de que huía del desastre, pero la verdad es que en ese momento el cielo no lo predecía.

Me fui a pasear por la espléndida Cantabria donde la sensación de desborde turístico fue, como se pueden imaginar, mucho más estresante que la que tenemos habitualmente en Menorca. Aproveché para dar una vuelta por Santander y visitar la muestra fotográfica Conciencia2 de la Colección de Arte Contemporáneo de la fundación ENAIRE, que se exhibe en la magnífica sala de las Naves de Gamazo.

Esta exposición pone su foco en los retos medioambientales, sociales y éticos a los que nos enfrentamos y que se reflejan en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. No cabe duda de que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, desempeña un gran papel en la concienciación de la sociedad.

Esta fotografía me llamó especialmente la atención. Es una obra del artista Antonio Pérez Río con la que obtuvo el segundo premio de fotografía de la Fundación ENAIRE. La ha titulado «Un sueño en el Museo del Louvre» y recoge la aglomeración del turismo cultural. En ella el autor reflexiona sobre el macro turismo cultural, en el que los viajeros visitan los museos arrasando y consumiéndolos como si se tratara de comida rápida.

Recuerdo la última vez que visité el Louvre, en junio de hace tres años. Como en otras ocasiones fui a ver su tesoro, la obra de Leonardo da Vinci, la más icónica del arte del renacimiento: el retrato de Lisa Gherardini, más conocida por La Gioconda o Mona Lisa. La primera vez que la vi fue de cerca, con tranquilidad, un cuadro colgado de la pared de una sala acogedora. Me dio tiempo a observar tranquilamente todas aquellas cosas que la caracterizan y la hacen ser una obra mágica. Posteriormente, en otra ocasión, la visita fue más compleja porque ya la habían protegido con un escudo de vidrio antibalas. Pero la última vez fue una experiencia realmente alucinante. La cola era inmensamente larga y zigzagueaba igual que las que se forman para pasar la zona de control del aeropuerto en un día punta del mes de agosto. Lo realmente inquietante para mí fue observar cómo la mayoría de la    gente no miraba el cuadro. Cuando llegaba el visitante delante de él, le daba la espalda, se posicionaba, alargaba el brazo, encuadraba su cara con madame Lisa, diseñaba una sonrisa y se hacía un selfie. Y hasta ahí llegaba su curiosidad cultural.

Esta escena que recoge Pérez Río confirma esta nueva forma de vivir las cosas o, mejor dicho, de no vivirlas, de no saborearlas ni disfrutarlas. Lo prioritario en nuestra sociedad es recoger el momento y «fardar» de dónde se ha estado, sacarse la foto y publicarla para aseverar un «¡yo he estado aquí!».

Casi nadie interactúa con el cuadro para que le cuente su historia, por lo que no muchos saben que el cuadro de La Gioconda fue robado en 1911; que la teoría más plausible es que Mona Lisa vivió 63 años y que nació bajo el signo de Cáncer en la ciudad italiana de Florencia. Tenía tres hermanas y tres hermanos de diferentes matrimonios de su padre, ya que éste perdió a sus dos primeras esposas en sendos partos. Lisa contrajo matrimonio durante su adolescencia con un viudo mercader de telas y sedas considerablemente mayor que ella. Tuvo cinco hijos y cuidó también al que ya tenía su marido del primer matrimonio. Mantuvo una vida de clase media acomodada y ordinaria.

Y nos queda el misterio de esta otra foto, tomada en el Metro parisino, que nos hace preguntarnos si Madame Lisa se escapa del cuadro de vez en cuando y huye de su encierro en el Louvre.