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Hace dos años, el 18 de agosto de 2022, una terrible tormenta de granizo lanzó piedras de hielo sobre Menorca del tamaño de pelotas de golf. Destrozó lunas de coches y dejó una noche iluminada por 10.000 rayos. También fue en agosto de 2023 cuando, pese al aviso meteorológico de tempestad un velero, el «Makan Angin», se echó a la mar desde Cala Galdana hacia Cala d’Or en Mallorca. Fue su último viaje, un padre y su hijo murieron. La naturaleza se impuso con toda su fuerza otra vez la semana pasada, las alertas se lanzaron con tiempo y aún así en Ciutadella, donde existe el plan de emergencia municipal y se cerraron las calas cuando aún lucía el sol, la gente se resistía a abandonar su jornada de playa.

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Los fenómenos naturales son tozudos, las aguas siempre vuelven a recorrer sus cauces, pero los humanos lo somos aún más. Nada pudieron hacer aquellos que se vieron sorprendidos por la inundación en sus casas, o recorriendo carreteras que de manera inexplicable seguían abiertas pese a convertirse en un embudo peligroso, a todos ellos y a quienes les ayudaron, ánimo y gratitud. Lo que sorprende es que todavía haya imprudentes que desoyen los avisos poniendo en riesgo su integridad y la de aquellos que les socorren.

La meteorología nos demuestra año tras año que no es un espectáculo sino algo serio, y aún así para muchas personas resulta un calvario quedarse a resguardo o renunciar a una actividad programada. Pasajeros de los yates embarrancados en Formentera reconocieron un exceso de confianza, «sabíamos que venía temporal, pero no a este nivel», declararon. Aquí se vio cómo la tormenta golpeaba las otras islas y aún así también se pecó de confianza. Mientras algunos se afanaban por cerrar caminos otros se saltaban las vallas. Excursionistas salieron a pasear por barrancos como si nada fuera con ellos. «Nos concienciamos a base de sustos», dijo el jefe de Bomberos del Consell, Joan Rosselló, pero a veces el susto se convierte en tragedia y esta toca a cualquiera.