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Muchos se han quedado de piedra cuando el nuevo presidente de la Generalitat, Salvador Illa, ha dicho que uno de los principios que inspirará a su Govern será el humanismo cristiano. Hacía mucho tiempo que nadie, ni los más practicantes, se atrevía a mezclar la religión y la política. Es frecuente que en la política se abran debates que afectan a la Iglesia católica. Sobre la enseñanza concertada, sobre la financiación de la Iglesia, sobre la eutanasia o el aborto. Hace un tiempo se consideraba que izquierda y derecha se posicionaban en uno u otro plato, pero la balanza ya se inclina de otra forma. Ni el PP se alinea totalmente con la Iglesia en algunos temas, ni el PSOE va contra ella en otros.

Ya parece el aburrido de Illa y habla de «humanismo cristiano» como uno de los ejes de su programa de gobierno. Quizás lo haga como estrategia política. Quiere atraerse los votos de simpatizantes de la antigua Convergència, pròximos a una iglesia catalanista, quizás desencantados con el huidizo Puigdemont. Puede que Illa quiera poner ante el espejo a los que presumen de valores cristianos y se oponen a la acogida de menores inmigrantes llegados en patera o que han saltado de la valla que separa los dos mundos.

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Muchos votantes, especialmente los jóvenes, no están ni a favor ni en contra del humanismo cristiano, simplemente no les importa. Sin embargo la filosofía que inspira este humanismo de personas con fe incluye valores que defienden la justicia, la libertas, la igualdad y la fraternidad. Lo que fue revolucionario a finales del XVIII, lo sigue siendo. Oriol Junqueras es otro «buen cristiano». Quizás también por eso Illa ha incluido la idea en su declaración de intenciones.

De momento, solo son palabras, que en política son como la fruta que no ha madurado, o los copos de nieve cuando tocan el suelo. De todas formas, hoy, que todo pasa por la Justicia, dos abogados dirían que es un buen principio.