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Recién llegado de la isla tras un viaje organizado por CCOO para llevar medicinas al hospital oncológico de La Habana y conocer de primera mano una decena de proyectos comunitarios en los que el arte y la cultura son herramientas fundamentales para ayudar a solventar los problemas de los barrios más necesitados, no dejo de darle vueltas a lo que he tenido oportunidad de vivir allí. Impresiona la imagen de la ciudad de La Habana que, acuciada por la crítica economía del país, parece caerse a pedazos. El sueldo medio que paga el Estado es de 15 euros al mes, sí, sí, al mes, aunque allí la vivienda es algo accesible para todos y sanidad o educación son gratuitas. El racionamiento es una realidad que se vive en las calles en las que, cada día, son menos los alimentos básicos que quedan y más los cortes de luz y la falta de combustible.

Las décadas de bloqueo económico impuesto por EEUU condicionan por completo la vida en Cuba. El Gobierno tiene que importar lo que le falta de China. Cuando cayó la Unión Soviética dejaron de llegar las ayudas que permitían a Cuba hacer frente a ese bloqueo. Para sobrevivir hoy la economía cubana lo ha apostado todo al turismo, que no llega como lo hacía antes de la pandemia, y a permitir la creación de pequeñas y medianas empresas privadas. De los más de diez millones de cubanos, un millón vive hoy de esas pymes. Esta situación ha creado un problema al que hasta ahora no había tenido que enfrentarse la población: la desigualdad social. Quien hoy tiene un bar cobra en propinas en un día lo que el resto de los cubanos ganan en un mes.

Pero a pesar de los pesares, en las calles sigues viendo la alegría, el sentido del humor y la solidaridad de la gente cubana, acostumbrada a resistir. En Santa Clara visité un espacio cultural público autogestionado conocido como El mejunje de Silverio. Creado en 1984 por Ramón Silverio, desde el primer día acogió las iniciativas culturales más diversas e interesantes. Creó una escuela de teatro que, como La Barraca de Lorca, lleva las obras que él escribe, interpreta y dirige a los pueblos de la zona. En aquel entonces fue capaz de crear espectáculos de travestismo cuando el colectivo LGTBI era perseguido en la isla. Fascinado por su personalidad le pregunté, «Silverio, ¿cómo has podido hacer todo esto?» y, riendo, me contestó «Nunca pedí permiso». Cuando nos despedíamos quise saber cómo aquel personaje irreductible y libertario veía la Cuba de dentro de diez años y, sonriendo de nuevo me dijo: «Hermano, Cuba será Mejunje o no será».