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Debo reconocerles que desde hace un tiempo me he vuelto una mezcla entre sibarita e independiente y debido precisamente a mi constante búsqueda de esos sagrados momentos de descanso. Escasean y por tanto difíciles de localizar. Yo como tengo una atalaya imaginaria que me construí en junio y desde donde puedo observar por donde pululan los rompe sueños, debo decir que tengo bastante dominado el tema.

Eso de que de vez en cuando te busquen y no te encuentren es un lujo que no tiene precio. Cuando nos escapamos de nuestro entorno habitual, de nuestros castillos de invierno, en lugar de hacerlo de puntillas nos da por anunciarlo a voces y encima solemos añadir como broche de oro aquello de «y ya sabéis donde estaremos para lo que necesitéis, es como vuestra casa».

Y claro, el vecino, el compañero de trabajo y hasta el escarabajo pelotero se dan por aludidos que viene a ser algo así como invitados a compartir tu comida, el catre, la sagrada hamaca que te compraste para tu exclusivo uso y sobre todo, a destruirte todos esos proyectos y sueños que te habías hecho antes de poner tu pie en la escalerilla del avión que creías iba a llevarte a tu particular paraíso terrenal.

Y lo peor, lo más triste es que lo  sabes y lo sabías con antelación. Por eso no me das pena y por eso precisamente no te voy a dar mi dirección, quiero salvarme porque nadie lo va a hacer por mi, no se si me entiendes.