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Se acabaron los Juegos. Ahora la cosa va en serio. No estamos para jueguecitos, aunque sean olímpicos y ganemos medallas. A todo el mundo le encanta ponerse medallas, pero cuando vienen mal dadas, acostumbramos a escurrir el bulto. Esta vez no ha habido tregua olímpica y las guerras habidas y por haber seguirán su curso inexorable, indiferentes a los atletas, los récords y los podios. De hecho, nos acostumbramos a vivir sin tregua. El odio enciende las guerras y las guerras generan más odio. Es un círculo escabroso. Nos escamotean la democracia delante de las narices y no nos damos ni cuenta. Políticos corruptos se reparten el botín a costa de nuestros impuestos. Se cruzan todas las líneas rojas. Volvemos a repetir viejos errores históricos con un PSOE que, desde Zapatero, decidió que España podía cambiar de régimen disimuladamente, prometiendo cosas en campaña a sabiendas de que no las iban a cumplir. Una imagen vale más que mil palabras, pensaron. Controlemos las imágenes y controlaremos al pueblo. Cumplir con la palabra dada está pasado de moda. Cuando mentir se convierte en un medio de vida, la confianza llega a su fin. Si no eres de fiar, has perdido algo difícil de recuperar.

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Puede que nos tengamos que arrepentir de todos los engaños, de esta rotura de puentes y de diques. Los adultos sabemos lo que puede pasar si jugamos con fuego.

Acabados los juegos, tendremos que sofocar los fuegos.