Un amigo italiano, a pie de playa de Biniancolla, me decía que no entiende por qué necesitamos un rey en España. Él está contento con el derecho a elegir a un presidente de la República, que ha de ser una persona de reconocido prestigio, ajena al desgaste de la confrontación política.
Describir por qué tenemos rey es relativamente fácil. Es una clase de historia. Explicar para qué es más complicado. ¿Es una figura útil para nuestro sistema democrático? En mi opinión el rey Felipe VI sí lo es. Ejerce su función con profesionalidad. Tiene un papel de representación de España en el exterior que lleva a cabo con una imagen positiva para el país. Su actitud en el cargo transmite una idea de estabilidad institucional, mientras las otras inbstituciones del Estado se tambalean: el Ejecutivo por el casi imposible equilibrio de mantenir vivo el acuerdo de investidura; el Legislativo porque sufre el virus del sectarismo que impide acuerdos a favor de los ciudadanos del país, y el Judicial porque se ha contagiado, al menos en las altas instancias, por el servilismo a los intereses de los partidos. El Rey se salva.
Es verdad que no fue el Rey de todos en su discurso del 3 de octubre, porque su papel le obliga a serlo también de los republicanos, incluso de los independentistas. A mí no me gustó que le concediera el título de Real a una negacionista Academi de sa Llengo Baléà. Pero no se puede juzgar la labor que lleva a cabo por la decisión que adopta la Casa Real en un caso determinado. Es verdad que podría rectificar y no lo hace.
Este año, por primera vez, estuve en la recepción de los Reyes en Marivent, junto a unas 600 personas. Me sorprendió el ansia de una minoría de invitados por hablar al Rey de «mi libro» y la paciencia de Felipe VI de escuchar a cada uno con una sonrisa real o estudiada, amable en cualquier caso. Al final me fui con la idea de que ejerce su privilegiado trabajo con la profesionalidad que merece el cargo. Igual que hizo y sigue haciendo su madre.