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Hay tantos trastos en mi pequeña mesa de trabajo, que para hacer anotaciones tengo que apoyar una libretita sobre las rodillas, porque sobre el tablero, entre unas cosas y otras (y el cenicero), ya no queda ni un centímetro libre. Esto no sería un problema de usar yo una libretita para tomar notas, ya que tengo montones de ellas sobre la mesa, pero lo normal es que use papelitos sueltos, y no vean lo complicado que es escribir algo en un papelito sobre la rodilla. Pero bueno, ya conté una vez que no entiendo nada de lo que anoto, es perder el tiempo, por lo que siempre me veo obligado a escribir otra cosa. También debo haber contado la extraña afición que tienen los trastos conmigo, no me los quito de encima, me persiguen, me asedian, no puedo dar un paso sin tropezar con un jodido trasto. Y como saben que habitualmente estoy en esta mesa (son listos como perros), pues allá que acuden desde todos los puntos de la casa. Hasta una espumadera permaneció durante meses sobre un montón de carpetas, y de nada me valía devolverla a la cocina. Siempre regresa. El cuchillo chino de chef Kai Shun no, ese lo he puesto aquí yo mismo, junto a una rana de peluche, por si acaso. ¿Por si acaso qué? Ah, con los trastos nunca se sabe. Se supone que en algún momento específico llegarán a ser útiles, salvo que jamás llega ese momento.

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Y mientras tanto… Demasiados trastos es lo que hay. En mi mesa, en casa, en la ciudad, probablemente en el mundo. Hace ahora medio siglo, día más día menos, me vine a esta ciudad huyendo de los trastos que ya invadían mi vida en Valencia. ¡50 años! Por entonces, fíjense lo que les digo, este era un lugar estupendo, aseado, con mucho espacio libre, con aire. ¡Con aire! Y desde entonces, espero que no por culpa mía, poco a poco ya se fue llenando de trastos y más trastos, y de gente a su vez cargada de trastos, hasta el hacinamiento estival del que tanto se habla. En esos 50 años he vivido sucesivamente en 8 casas y 3 hoteles, algo imposible hoy en día (no encontraría ni una), domicilios que acaso abandoné por exceso de trastos. Comprenderán pues que mientras redacto estas líneas, mire con recelo mi mesa saturada. Qué traman ahora estos trastos.