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Parece que vamos hacia una dictadura progre. Es lo que ha votado la gente, te dirán. Y tienen razón. Para qué queremos ética si tenemos aritmética. Podemos elegir entre una dictadura progre o una dictadura carca. ¡Qué bonita, la palabra libertad! ¡Y qué feas las dictaduras! Para muchos, la libertad la da el dinero. Ese nuevo régimen que va avanzando incluye despenalizar delitos a gusto del que manda. Antes se le llamaba impunidad. Ahora normalización, negociación para gobernar o lo que diga Pedro. Cuando permitimos que el poder controle la justicia o los medios de comunicación, copando las instituciones en beneficio propio, hemos traspasado el umbral que separa la democracia de otra cosa todavía sin nombre, pero de la que iremos viendo las consecuencias cuando ya no haya vuelta atrás y nos preguntemos aturdidos qué ha pasado.

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Hay cosas que, por mucho que las veas venir, no puedes impedir que lleguen de manera inexorable. Son como la «forza del destino». Como una ola.

Pongamos la vuelta de Trump a la presidencia de EEUU, por ejemplo. O la guerra en Europa, los desastres climáticos y migratorios o las aplicaciones de la inteligencia artificial. Somos demasiado pequeños para luchar con éxito contra algo tan grande, apabullante y poderoso. Nos han hecho creer que somos importantes y que cambiaremos el mundo. Lamento comunicarles que nos parecemos más a los extras de una superproducción de Hollywood.