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Hace años leí el libro del periodista francés Jean-François Revel, «El conocimiento inútil». No podemos combatir la mentira si no entendemos qué es la verdad. ¿Y qué es la verdad?, pregunta Pilato a Jesús. Los filósofos se lo han preguntado muchas veces y nosotros también nos lo podemos preguntar. Aunque, generalmente, es más fácil experimentar la mentira, el engaño, la falsedad, esa sensación desagradable cuando te timan o te toman el pelo. Y la cosa se complica cuando nos engañamos a nosotros mismos. ¿Para qué sirve engañarse a uno mismo? ¿Cómo distinguir lo verdadero de lo falso? Vivir engañados suele ser habitual. De lo contrario, sería imposible el desengaño.

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El poder no aspira a la verdad, utiliza la mentira y vive de la credulidad. Cuando la mentira se convierte en nuestra zona de confort, la verdad deviene una conquista y un desafío. Si la verdad duele o incomoda, no queremos verla. Por eso, cerrar los ojos o hacer oídos sordos viene a ser una droga que nos permite vivir como zombis. Los zombis no tienen fama de espabilados.

Volviendo a Revel, en el capítulo titulado «la necesidad de ideología» nos advierte que una ideología es una triple dispensa: intelectual, práctica y moral. En este caso, la realidad tiene que ajustarse a las ideas. Y la gente también. La duda o la crítica son blasfemias o herejías. El que discrepa se convierte en enemigo que nos quiere hacer dudar o confundir.