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Se ha perdido la costumbre de escribir cartas como las de antes. Sin embargo, circulan por ahí otras, casi novenas, enviadas a los ciudadanos por algún que otro preboste –entiéndase la voz DRAE de comedida e inocua– en busca de donaire; y del disputado voto… Tema delibesiano eterno. Resisten a la antigua usanza, a mano, y con sello en sobre, los escasos christmas, que agonizan a la par que sus remitentes. A uno le llegaban hasta ayer desde Birmingham, Zaragoza, Ferreries y Es Migjorn; al presente, solo persiste el parabién desde Ferreries. De costumbre saludable tildaba don Camilo ese hábito de escribir cartas, cuando los robots no dominaban la Tierra y no habían depuesto tan digna práctica, dable auxiliar, entonces, de nuestras confidencias.

Se refería Cela a Unamuno, fogoso epistológrafo, cuando en una carta de hace un siglo el filósofo decía que su mayor goce seria pasarse la vida escribiendo cartas; y afirmaba en otra de aquel tiempo que mantener correspondencia con los amigos le daba un placer inmenso. Como quedó dicho, ese hábito de escribir cartas se está perdiendo. ¿Puede que también leamos menos y que a la postre entendamos menos…? ¡quién sabe! La irrupción de las tecnologías de amplio y seductor espectro, alejadas de la ortodoxia y sin sobrado espejo cultural, manejadas más a gusto por el usuario por su celeridad y brevedad… ¿tendría que ver en ambos supuestos?