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Viendo lo que genera la inventiva del ser humano, creo que o estamos perdiendo el «oremus» como sociedad o me estoy haciendo muy mayor, ¡mucho! Mi capacidad para entender este «progresismo» es casi nula. En un mundo donde las relaciones interpersonales se desmoronan y el individualismo alcanza nuevos extremos, ahora surge la tendencia de casarse con uno mismo: la sologamia. Nos pueden vender esta práctica como un acto inofensivo o incluso liberador para algunos, pero la entiendo como un reflejo preocupante de una sociedad cada vez más egoísta y desconectada.

Vivimos en la era del «yo», donde la búsqueda de la felicidad individual se ha convertido en la prioridad absoluta. Las redes sociales están reforzando esta tendencia, promoviendo una cultura del narcisismo donde la validación externa se obtiene a través de un clic con un emoticono de «me gusta». En este contexto interpreto la sologamia como el culmen del autoenfoque: una ceremonia que celebra el amor propio por encima de todas las cosas.

Desde hace unas décadas, tanto los psicólogos como los especialista en «autoayuda» vienen reforzando el trabajo de la persona en «el amor propio» como algo esencial para una vida equilibrada y saludable y como contrapeso a una cultura judeocristiana que ha dejado una huella demasiado profunda de culpabilidad. Pero, como todo, ha de tener una medida, ya que su glorificación extrema puede llevar a la desconexión emocional y social. El ser humano es, por naturaleza, un ser social, por lo que las relaciones interpersonales son fundamentales para el desarrollo emocional, psicológico y social. La sologamia, al enfatizar el compromiso consigo mismo en lugar de con otros, puede ser vista como una renuncia a la complejidad y el reto que representan las relaciones humanas.

La creciente popularidad de la sologamia parece sintomática de un problema más profundo: la incapacidad o la falta de voluntad para formar y mantener conexiones significativas. En lugar de esforzarse por construir relaciones duraderas que requieren compromiso, comunicación y empatía, algunas personas optan por una solución más sencilla y libre de conflictos: casarse consigo mismas.
Si alguien quiere interpretar este fenómeno como una señal de desesperación en una sociedad donde la soledad se ha convertido en una epidemia, me atrevo a aseverar que la sologamia no resuelve el problema de la soledad; más bien, lo perpetúa al promover una vida de aislamiento emocional disfrazada de empoderamiento.

En una cultura que cada vez valora más el individualismo, la sologamia se presenta como una celebración de la independencia. Sin embargo, este tipo de independencia puede ser contraproducente. La capacidad de depender de otros y de permitir que otros dependan de nosotros es un componente esencial de la interdependencia, que es crucial para cualquier sociedad saludable.

Al ensalzar el acto de casarse consigo mismo, se envía el mensaje de que las relaciones interpersonales son prescindibles o incluso innecesarias. Esto socava el tejido social, debilitando las conexiones comunitarias y fomentando un ciclo de aislamiento y egoísmo, una situación que está provocando problemas gravísimos en la salud mental de los jóvenes.

Comparada con épocas anteriores, donde el matrimonio y las relaciones interpersonales eran vistos como pilares fundamentales de la estructura social, la sologamia parece una paradoja. En el pasado, las personas se casaban no solo por amor, sino también por razones económicas, sociales y familiares. Estas uniones no solo beneficiaban a las parejas, sino también a las comunidades en general. Hoy en día, el matrimonio se ha redefinido para adaptarse a las necesidades y deseos individuales, pero la sologamia resalta la fragilidad de nuestras conexiones humanas y la creciente dificultad para encontrar significado y satisfacción en las relaciones con los demás.

Casarse con uno mismo es un síntoma de una sociedad que ha perdido el rumbo en términos de relaciones interpersonales. En lugar de celebrar el amor propio en exceso, quizás deberíamos redescubrir el valor de las relaciones con los demás, la importancia del compromiso mutuo y la belleza de la interdependencia. Solo entonces podremos construir una sociedad más conectada, empática y verdaderamente humana.