Han conseguido tenernos controlados, fichados, vigilados. Lo saben todo de nosotros: dónde hemos ido, qué compramos, con qué opción política simpatizamos, qué basura tiramos… Los chips y la electrónica, con sus sofisticados aparatejos, han hecho posible una sociedad indefensa frente a los poderosos MMM (medios de manipulación de masas). Promueven dóciles consumidores de todo lo que interese mediante misteriosos algoritmos. Te etiquetan como si fueses un producto cualquiera. Deciden si eres de marca prestigiosa o un simple genérico de marca blanca.
Antes se clasificaba a la gente utilizando feos epítetos: rojo, masón, maricón o cosas por el estilo. Hoy te pueden etiquetar como facha, machista, carca… El resultado es igualmente lamentable. Señalarte socialmente e intentar que sigas las directrices que te marca el poder es el deporte de moda.
Rascando un poco, quitamos la gruesa capa de los prejuicios y etiquetas y encontramos a un ser humano.
Menos mal que no somos conscientes de nuestra creciente falta de privacidad y, en caso de ser conscientes, nos da igual. Somos obsesos de la comodidad. No queremos que nos compliquen la vida y renunciamos a meternos en líos haciéndonos sumisos y obedientes como borregos.
Inventamos actividades para ocupar el tiempo libre, sabemos cantar «Libre» de Nino Bravo, incluso podemos practicar la lucha libre. Todo, menos sentirte un miserable esclavo teledirigido.