Hace tanto tiempo que hablamos del problema del acceso a la vivienda, de lo alejados que están los sueldos de los alquileres y de lo triste que es tener que compartir piso como eternos estudiantes para buena parte de la población, que ya nos hemos adormecido, acostumbrado.
Luego viene otra bofetada de realidad cuando un programa de televisión muestra la existencia de muchísimos trabajadores en Eivissa, la isla hermana, la de la fiesta, la moda Adlib, el eterno paraíso bohemio convertido en un crudo contraste entre el lujo y el chabolismo, el dinero que se gastan unos en una noche de clubes y los que malviven para mover la fábrica turística, en una furgoneta. Durmiendo, literalmente, en una colchoneta sobre el retrete que se han apañado en el interior del vehículo, o compartiendo cama con un familiar en el interior de una caravana alquilada.
Claro, ya ha surgido también un mercado de alquiler de autocaravanas para currelas, siempre hay quien se lucra con la necesidad de los demás. No importa que trabajen, muchos tienen incluso buenos sueldos para lo que es habitual en este país, pero aún así, los alquileres son tan desorbitados que prefieren vivir en un parking o un descampado. No es extraño que profesores u otros profesionales se nieguen a aceptar aquel destino.
Lo que sucede es que eso también ha llegado a Menorca, siempre más despacio, pero nos engullen los mismos problemas, y el de los expulsados del mercado de la vivienda es uno de ellos. Proliferan los asentamientos de autocaravanas y furgonetas camperizadas, se sabe dónde están, son todavía pequeños, pero al ritmo que esta crisis avanza, pronto podemos vernos en la misma situación que Eivissa, con auténticos campamentos de trabajadores. Y mientras en horario de máxima audiencia en laSexta nos sacan los colores, con una marginalidad que solo imaginabas en otros destinos, asistimos a espectáculos parlamentarios bochornosos, sin soluciones y sin un ápice de vergüenza.