TW

«La mayor felicidad de la vida es la convicción de que somos amados. Amados por nosotros mismos o, más bien, amados a pesar de nosotros mismos».

Víctor Hugo

El ambiente de la sociedad actual no se puede definir como «alegre». Hay demasiados factores que provocan una situación de confusión, de inquietud y, sobre todo, de desesperanza.

Las noticias del mundo son tremendamente desoladoras. Mientras la sombra de una guerra nuclear nos sobrevuela, las trágicas situaciones provocadas por los cambios en el clima, las pandemias, las guerras, la hambruna, el empobrecimiento de las poblaciones, la falta de oportunidades para los jóvenes, el aumento de la violencia y la inseguridad ciudadana… la actitud de las personas que tienen la capacidad de aquietar algunos de estos terribles acontecimientos, no parece estar a la altura de poner remedio, de apaciguar los tiempos. Muy por el contrario, los gobernantes y políticos mantienen una escalada de enfrentamientos y luchas sin límite, que nos salpica a todos y enturbia la convivencia.

Este ambiente no es algo que se quede enmarcado en las noticias, sino que transciende al ámbito más íntimo: el estado de ánimo de las personas. Poco a poco se va minando nuestra entereza emocional al entender que la forma de vida que hemos conocido en los últimos años, nuestras costumbres casi ancestrales, nuestros valores, pilar de nuestra cultura y nuestra convivencia, de lo que creíamos estar seguros, no lo son, ni mucho menos.

Tenemos un aumento alarmante del suicidio como una prueba irrefutable de la pérdida de sentido vital y del dolor que sufren muchas personas. No solo han aumentado trágicamente los casos entre los jóvenes, siendo la primera causa de muerte de este sector de la población en España, sino que también aumenta en la tercera edad. En 2023 murieron por suicidio en España 4.227 personas, casi un 20% más que cinco años antes.

La OMS ha señalado que la tasa de suicidios entre los mayores de 70 años es más alta que en otras franjas de edad en casi todos los países. Mientras la gran parte de atención se centra en los jóvenes, las personas mayores también afrontan desafíos significativos que las pueden llevar a esta trágica decisión. Concretamente son los hombres ancianos quienes presentan los índices más altos de suicidio. Un tema para estudio sociológico.

Los factores de riesgo vienen delimitados por un entorno poco amable y esa forma diferente de vivir a la que nos hemos ido adaptando, que trae consigo aislamiento social, soledad no deseada, depresión…,    lo que unido a situaciones asociadas a la edad, como son el dolor crónico y las enfermedades debilitantes, hacen que los mayores sufran una gran desesperanza.

Aunque la situación geopolítica y medioambiental se escape de nuestras manos, sí deberíamos reconstruir aquellas sociedades donde el tejido familiar y social estaba bien cosido, nos cobijaba y sostenía emocionalmente, algo que no parece posible ante la transformación de nuestra forma de vida y el «progreso» de nuestra sociedad. Por ello, además de concienciarnos cada uno de nosotros de esta situación e intentar hacer algún movimiento comprometido que alivie situaciones cercanas, como sociedad deberíamos desarrollar más programas de apoyo social y facilitar oportunidades para que las personas mayores se conecten con otras.

Es básico involucrar a los familiares y cuidadores en el apoyo emocional y físico de los mayores. Sobre todo, debe potenciarse la relación intergeneracional. Por otra parte, la educación sobre cómo detectar y responder a los signos de alerta puede salvar muchas vidas.

Justo cuando la avalancha de baby boomers empiezan a atisbar la ancianidad, deberíamos poder garantizar que las personas mayores se sientan valoradas y amadas, esto marcaría una gran diferencia en sus vidas y en las de todos. En una convención de Naciones Unidas sobre los derechos de las personas mayores, es una de las principales reivindicaciones que hacen las personas mayores, una petición que podría estar cerca de verse realizada.