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Las lecturas bíblicas del pasado 6 de junio nos invitaban a un itinerario espiritual que nos instruía, nos deleitaba y nos alimentaba: Pablo en un rincón de la prisión escribiendo una carta a su entrañable amigo Timoteo obispo de Éfeso. Le decía: «Haz memoria de Jesucristo resucitado de entre los muertos… Este ha sido mi Evangelio por el que sufro cadenas, pero la palabra de Dios no está encadenada». Nos hizo pensar en tantas ‘cadenas’ que nos perturban, pero nuestra fe en Jesús, que es libertad, también es poder en nuestras manos.

Y San Marcos en su evangelio nos ofrecía una anécdota curiosa. Debió ser un joven escriba, aturdido por tantos mandamientos, que preguntó a Jesús: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Enseguida le respondió: «Ama al Señor con toda tu alma… y el segundo es: ama a tu prójimo. Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que solo hay un solo Dios al que hemos de amar con todo el corazón y que amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús le dijo: «No estás lejos del reino de Dios…» El peregrino se preguntaba ¿Por qué complicamos tanto las cosas sabiendo que basta cumplir un mandamiento: amar?