Para no ser de esos pendejos que nunca terminan nada, lo mejor es no empezar siquiera según qué tonterías, sean libros, negocios, trabajos o relaciones humanas. Este principio impecable, que yo me aplico a rajatabla, conduce sin embargo inevitablemente al fracaso, ya que como nuestros mejores cerebros vienen explicando desde hace siglos, todas las fórmulas del éxito (vital, artístico, político, comercial, intelectual, etc.) exigen una dosis variable de tonterías a modo de aditivos estabilizantes, edulcorantes y gelificantes, sin las cuales ninguna idea, texto o negocio llega a ninguna parte. Los creativos, sobre todo cinematográficos que son los más locuaces, pero también los politólogos y los publicistas, repiten a menudo que la fórmula del éxito no existe, o todo el mundo la repetiría. Pero claro que existe, y vaya si la repite todo el mundo, en casi todos los ámbitos. Lo que ocurre es que la dosis de tontería oscila mucho según el tipo de éxito buscado, y por el principio de indeterminación de Heisenberg que rige las fluctuaciones cuánticas de la nada y la energía del vacío, no es nada fácil de precisar. O te pasas o no llegas, como con los aditivos alimentarios estabilizantes. Se llama dosis a la cantidad o porción de algo, material o inmaterial, y desde luego, absolutamente todo es cuestión de dosis, pues lo mismo, material o inmaterial, que te enamora y salva la vida, te asquea o te mata. Y las dosis, además, no permanecen constantes; lo que ayer era pasarse de tontería hoy puede ser insuficiente.
Dosis
16/06/24 4:00
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