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El lenguaje actual está diseñado para engañar o, como mínimo, marear la perdiz. Lo políticamente correcto se ha impuesto hasta límites demenciales y ya es prácticamente imposible decir –no digamos publicar– lo que quieras. Es curioso, porque a menudo se escuchan críticas a la falta de libertad de expresión en países como Rusia o China. Por eso cuando la extrema derecha hace alusión al peligro de la sustitución étnica por invasión de inmigrantes de otras razas –un tema habitual en la prensa italiana, que llevó a Meloni al poder–, la prensa española habla del «fantasma de la sustitución étnica». Es decir, reduce el argumento a una simple fantasía o temor infundado. Pero ¿es así? Más bien no. La sustitución étnica es un fenómeno habitual en la historia de la Humanidad. Nada nuevo bajo el sol. Que le tengamos miedo o no ya es otra cuestión.

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Hace cuatro milenios todos los hombres (varones) que habitaban en la Península Ibérica desaparecieron sin dejar rastro. No se sabe si fueron masacrados en una guerra, perecieron por una enfermedad o simplemente, las mujeres de entonces prefirieron procrear con los invasores de Europa del Este, presumiblemente más atractivos. Eso es una sustitución étnica en toda regla. Y no hace falta viajar tanto en el tiempo. ¿Qué ocurrió con los indígenas de América del Norte? Todavía existen, sí, pero a nivel de minoría aplastada por la marea migratoria que ha vivido el continente desde hace siglos. Así que no se trata de ningún fantasma. De acuerdo en que es largo y complejo que los italianos, españoles, portugueses, franceses, suecos o griegos lleguen a desvanecerse, pero no es imposible. Ni siquiera improbable. Todo dependerá de cuánto queramos reproducirnos.