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Cuando era un adolescente, a los quince años, el hermano mayor de Carlos Mascaró le habló, por primera vez, de Johannes Vermeer. Descubrir al pintor del tempo lento impactó de tal forma en aquel joven que se dedicó con ahínco a estudiar, analizar y comprender su complicada técnica, basada en las veladuras y en los juegos de luces y sombras.

Así aprendió a pintar y emprendió una exitosa carrera que le ha consolidado, hoy, como uno de los mejores artistas plásticos de Menorca. Aquel muchacho, que considera al pintor nacido en Delft como su único maestro, es conocido hoy como ‘el Vermeer menorquín’.

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El poeta Antonio Gala escribió de Carlos Mascaró: «Con frecuencia se refiere a ese pintor llamado Vermeer de Delft, pero éste no habría pintado, si viviese, de otra manera que él». Desde el 19 de mayo y durante todo este verano, el Museo Vermeer de Holanda expone dos obras de Carlos Mascaró.

Es un hito relevante en su trayectoria artística. «Para cualquier pintor, y más para mí, es algo insólito y excepcional; un acontecimiento que ni en mis mejores sueños hubiera podido imaginar; presentar mis obras, no ya en una galería de Holanda, sino en el Museo Vermeer», explica. Esta institución expone, de manera excepcional, obra de pintores actuales, para lo que exige dos requisitos: tener directa relación con Vermeer y reconocer su calidad, para darla a conocer en este centro. Las dos obras de Mascaró expuestas en Delft, ambas pintadas al óleo y alquídico sobre tabla de madera, son el trampantojo de una obra de aquel artista que no contaba el tiempo. Crea en el espectador una ilusión de irrealidad al confundir lo que parece real con lo que ha sido pintado. Todo un engaño. El otro cuadro es una meticulosa reproducción de «La lechera». Mascaró, que en su día fue objeto de reproches por su arte, ha perseverado y hoy triunfa en Holanda.