Inicio este comentario afirmando que la democracia está para resolver conflictos, no crearlos, pero siempre canalizarlos a través de las instituciones que tenemos; más concretamente a través de las instituciones legítimas que provienen de los pactos de la Transición y de la Constitución del 78. Este fue el momento en el que los españoles rechazaron masivamente la violencia y apostaron por el entendimiento. Lo hicieron con renuncias y sacrificios. Nos dimos un auténtico abrazo de fraternidad. Algunos, muy pocos, se situaron fuera de ese pacto, recurrieron al terrorismo y fueron derrotados.
Por desgracia, la rivalidad política, que se ejercía por los cauces democráticos, empezó a torcerse hace 20 años, cuando el Partido Socialista firmó el infame «Pacto del Tinell» con las fuerzas independentistas y nacionalistas. Ahí nace precisamente el primer intento de excluir a la mitad de España, y se cuestiona la legitimidad democrática del principal partido de centro derecha existente en aquel momento, el PP.
Hecha esta breve introducción, es importante recordar que entonces no existía Vox, pero daba igual. El espantajo de la ultraderecha lo usaron de manera sistemática contra el Partido Popular, después contra UPyD, y cuando surgió Ciudadanos, contra Ciudadanos; e incluso contra personas de izquierdas que se atrevían a levantar la voz. Todos, por supuesto, peligrosos fachas, como ya sabemos.
Aquel pacto antidemocrático y contrario al espíritu de la Constitución abrió el terreno para que surgiera la extrema izquierda de Podemos, cuyos herederos hoy, y después de una alta traición interna, se hace llamar Sumar y cuya cabeza visible es Yolanda Díaz. Pues bien, esta izquierda radical introduce el término «escrache»; que no es otra cosa que intimidación, acoso, violencia verbal -incluso a veces llegando a física- contra los adversarios. Fue entonces cuando se normalizó la violencia y el acoso contra políticos y también contra particulares. Fue entonces cuando se normalizaron los insultos y los escraches, cuyos iconos más significadas de esta nueva extrema izquierda, entre otros, son Pablo Iglesias y la Sra. Maestre.
Hoy el conglomerado de Sumar y los restos que aún quedan de Podemos se rasgan las vestiduras y quieren que olvidemos que fueron ellos quienes introdujeron esta violencia en la política y en las instituciones. Nos basta con observar algunos hechos protagonizados por la izquierda y la izquierda extrema, a la que hoy también se ha sumado por desgracia el PSOE.
En junio del 2011, antes de llamarse «escrache», se practicó frente a la casa del entonces alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón, un acoso a él y a su familia; también fue objeto de ello la Sra. Sainz de Santamaría, con sus hijos menores dentro del domicilio; recibieron todo tipo de insultos y todo tipo de descalificaciones injuriosas.
Quiero destacar, por su significado, los escraches recibidos por las Sras. Cifuentes, Álvarez de Toledo, Esperanza Aguirre, Begoña Villacís, Rosa Díez… Como ven, tienen verdadera obsesión en ejercer violencia, con especial virulencia y agresividad, contra las mujeres que representan el centro derecha. Y yo me pregunto: ¿Acaso eso forma parte del feminismo de nueva generación, o se trata del «feminismo farsante», practicado por la izquierda en el que solo se debe tratar bien a las mujeres si son de izquierdas? Tú tienes la respuesta.
En aquellos episodios, a la «izquierda redentora» los escraches les parecían muy bien. Es más, el Sr. Iglesias hizo famosa la definición de que la práctica de los «escraches» significaba dar «jarabe democrático» a la casta política y a los poderosos. No nos engañemos, no son hechos aislados, no son anécdotas, forman parte de su proceder; lo llevan impreso en su ADN de origen.
También por recordar, recordamos a las juventudes socialistas que se hicieron una foto guillotinando al presidente Rajoy. A día de hoy nadie los ha desautorizado y ningún dirigente socialista se ha disculpado. También recordamos aquella manifestación en la que se exhibió un muñeco de la presidenta Ayuso, que algunos querían ver con las tripas fuera; así como también recordamos a los «pacíficos manifestantes», con algún concejal podemita en cabeza, profiriendo graves insultos intimidatorios y denigrantes contra el alcalde de Madrid, el Sr. Almeida, coreando proclamas injuriosas, como habitualmente se lanzan día sí y otro también, contra la legitimidad democrática del PP. Eso por no hablar de la obsesión enfermiza de la izquierda en la quema de la imagen del Rey Felipe VI. Fue la propia Sra. Yolanda Díaz, cuando aún no había tocado moqueta ni tenía coche oficial, quien hablaba de guillotinar al Rey. Su compañero, Sr. Enrique Santiago, hablaba de fusilarlo.
También conservamos en nuestra retina que un señor, por no llamarle tipo, como Beiras, amenazó y golpeó la mesa y el escaño de Feijóo, cuando este era presidente de la Xunta de Galicia. Ello provocó un entusiasta aplauso de la Sra. Yolanda Díaz, entonces diputada gallega. Todo ello sin olvidar el gesto de la Sra. Mónica García simulando disparar a sus adversarios. ¿Qué hicieron en todos estos casos la izquierda extrema y el partido sanchista? Pues en muchos casos jalearlo y en algunos justificarlo, pero nunca condenarlo.
No nos engañemos, creo que queda meridianamente claro que fue la nueva izquierda, no la izquierda de la Transición, ni aquel Partido Socialista de Felipe González, quienes encendieron la mecha del odio. Fue con la llegada de esta nueva izquierda cuando se enrareció el ambiente político. Fue esta nueva izquierda quien amenazaba y polarizaba la política española al grito de «¡Arderéis como el 36!». Es esa izquierda que con sus actitudes matonistas y chavistas pretende una superioridad moral que no tiene; y ello ha traído como consecuencia rebajar nuestra calidad democrática, abriendo nuevas trincheras de enfrentamiento y división entre españoles.
Es esta «ultraizquierda», que encabezada por el sanchismo, accede a suscribir un infame pacto para entregar la Alcaldía de Pamplona a Bildu. Ahora se nos dice que los de Bildu son unos demócratas, que en su momento hicieron posible que ETA dejara de matar. Ello es una auténtica infamia. Hemos visto como Bildu no tiene ningún reparo en celebrar cuantas excarcelaciones de terrorista condenados haga falta. Los de Bildu no tienen reparo en dar la bienvenida a estos terroristas del disparo en la nuca y de las bombas lapa e incluso hacerlo en los pueblos donde asesinaban a sus paisanos, y donde muchas de sus víctimas aún viven allí. Así las cosas, debemos preguntarnos ¿Quien encendió la mecha del odio? Quién ha hecho de la exclusión del adversario político su hoja de ruta convirtiéndolo en enemigo? Ello nos debería hacer reflexionar para decir alto y claro no al odio y la violencia política, sea está verbal o física.