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Seguir las noticias todos los días resulta francamente cansino. Cuando el país -o el mundo entero- sufre algunos problemas gravísimos y urgentes, los dos grandes partidos políticos se centran en comunicar a la ciudadanía las consignas dictadas por sus jefes de márketing, una y otra vez, como cotorras bien adiestradas. Y lo peor es que millones de españoles les siguen el juego, porque caen como idiotas en las redes de esas fórmulas trilladas que únicamente sirven para tapar la molesta realidad.

Desde hace unos meses la orden que siguen como soldaditos de plomo todos los líderes socialistas es atacar al PP uniendo su destino al de la extrema derecha. Lo escuchamos mil veces, hasta el aburrimiento. La respuesta igualmente robótica y ridícula de los populares es señalar al PSOE como una gran cueva de corrupción.

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Mientras, al nivel de esa calle que pisan tan poco, millones de españoles tienen que vérselas para sobrevivir con mil euros al mes, el precio de la vivienda se ha convertido en el Everest que la mayoría nunca podrá escalar, las familias lidian con la imposibilidad de conciliar si tienen niños o ancianos, la hipoteca no da tregua y la sensación de inseguridad y falta de futuro aumenta, al tiempo que dos guerras cercanas desangran a miles de personas y el planeta se fríe de calor.

Me atrevería a afirmar que a la inmensa mayoría no les llega ninguno de esos mensajes politiqueros, porque en el fondo le da igual quién es más corrupto que el otro -se da por sentado que todos los partidos lo son- y tampoco le importa si la derecha se inclina hacia lo ultra. La única idea que transmiten es que en las alturas de los despachos son incapaces de mejorar la vida cotidiana de los de abajo.