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Durante un tiempo se pusieron de moda las películas y novelas de ciencia ficción. Tenemos grandes fabuladores. Nuestra mente es influenciable, moldeable, sugestionable. Somos carne de hipnotizador. Nos creemos todas las propagandas y nos tragamos la publicidad engañosa. El populismo nos encanta. Tenemos unas anteojeras ideológicas que solamente nos dejan ver unas cosas e invisibilizan el resto. Abundan los daltónicos mentales. Unos pocos tienen problemas de conciencia, pero la inmensa mayoría tenemos la conciencia tranquila o medio dormida. Es «el mundo feliz» de Huxley; el «ande yo caliente, y ríase la gente»; el «ser diferente es indecente», de los gregarios que pertenecen a la masa.

Muchos se creen en posesión de la verdad. Son manipulados sin ser conscientes de ello. Los fanáticos son los más intolerantes, porque se niegan a pensar o a cuestionar sus puntos de vista, que tampoco suelen ser suyos sino adoptados de otros. Ni dudan ni dejan dudar.

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La pasividad frente al abuso es exasperante. Viendo los intentos de controlar el Poder Judicial, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Sin separación de poderes hay poder absoluto, el sueño de cualquier fanático.

¿Se imaginan unos ciudadanos que pensasen por sí mismos? Cultos, críticos, libres, solidarios. Dispuestos a defender la democracia y la Constitución, por encima de consignas o de la disciplina de partido. Valientes contra cualquier tiranía.

Parece conciencia ficción.