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La palabra voluntario es un adjetivo que según la RAE significa «que se hace por espontánea voluntad y no por obligación o deber», y voluntario es el merecido homenaje que quiero rendir a todas esas persones de diversas nacionalidades y diferentes ideologías que han aunado y continúan compartiendo sus esfuerzos en la rehabilitación de un edificio y unas instalaciones que se han convertido en emblemático referente mundial de Menorca: El hospital de la Isla del Rey, situado en un islote del puerto de Mahón.

Fundado en 1711 por los ingleses, fue utilizado también durante las respectivas conquistas de la isla por franceses y españoles, prestó servicio a las flotas holandesa y americana en sus actuaciones por el Mediterráneo y a la italiana durante la segunda Guerra Mundial. En 1964 fue abandonado y, desde el 2004, la asociación de amigos convertida en Fundación Hospital Isla del Rey rehabilita y salvaguarda su legado.

Quienes vimos hace tiempo sus penosas ruinas y el expolio y el maltrato que había padecido este hospital que llegó a albergar 1.200 camas para enfermos (el Mateu Orfila que atiende actualmente a toda Menorca tiene 142), nos admiramos del increíble trabajo que, coordinados por Luis Alejandre, han ido realizando de forma totalmente altruista durante estos últimos veinte fructíferos años.

Iba a escribir también que de forma desinteresada, pero el desinterés suele llevar a la apatía y como escribió Albert Camus: «El problema más grave que se plantea a los espíritus contemporáneos es el conformismo», y el pasional interés de los voluntarios y las voluntarias de la Isla del Rey ha sido siempre, coherente, inquebrantable, una menorquina búsqueda del bien común cultural.

En esta sociedad donde incluso la política suele moverse por rentables incentivos económicos, resulta sorprendente ver a un gran grupo de mujeres y de hombres trabajando gratuitamente en un proyecto como este, de una enorme envergadura y unas ingentes dificultades de todo tipo.

Recuerdo que de niños, en el colegio, nos hablaban encarecidamente de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, y hoy, que hemos vuelto con unos amigos a la Isla del Rey y, acompañados por los expertos y documentados guías que van explicando, con interesantes anécdotas, la reconstrucción del recinto, hemos podido comprobar las relevantes mejoras que se han ido llevando a cabo.

Como en una epifanía, he sentido en mi interior que aquellas tres grandes virtudes que tanto nos ponderaban se han encarnado en ese grupo de voluntarios y voluntarias que desde sus inicios, y a pesar de sus quehaceres cotidianos, tienen fe en su proyecto, lo viven esperanzados en su total cumplimiento y lo trabajan a base de una caridad que rima con jovialidad, laboriosidad, tenacidad, solidaridad, y sobretodo generosidad. En compensación, como reciprocidad, reciben el apoyo y las ayudas de particulares y empresas sin ningún ánimo de lucro.

Las donaciones de libros, cuadros, muebles, aparatos, utensilios, de material farmacéutico, quirúrgico, odontológico, sanitario, etc, que ilustran y visualizan cómo eran la medicina y la vida en las diversas salas que se visitan, son un ejemplo palpable de que la gente se mueve, se compromete y se implica cuando ve proyectos que merecen el respaldo por su importancia social, su valor histórico y su honesta autenticidad.

Camus ya dijo que: «Las filosofías valen lo que valen los filósofos. Cuanto más grande es el hombre, más verdadera la filosofía», y si nada convence y motiva más que el ejemplo, el del grupo de voluntarias y voluntarios anónimos de la Isla del Rey es (valga la redundancia) ejemplarmente ejemplar.

El trabajo de todo el grupo demuestra que más allá de cerriles ideologías políticas o abanderadas fronteras, es posible crear vínculos de colaboración que engrandecen y mejoran nuestro mundo.

Creo que esos veinte años de sacrificio y esfuerzo por salvar y rehabilitar ese emblemático edificio que contiene buena parte de la historia de nuestra isla bien merecen un aplauso de agradecido reconocimiento porque como dijo el gran Camus de raíces menorquinas: «Es natural que agradezcamos a quien nos permite ser, una vez por lo menos, mejores de lo que somos», y en mi caso personal, y a pesar de cómo va el mundo, su labor voluntariosa mantiene viva mi fe en la bondad y el altruismo de la especie humana.

Quien salva lo bueno del pasado, preserva lo bueno del futuro, y ante tanto postureo y tanto esclavo de sí mismo, voluntario es sobre todo sinónimo de ser libre.