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En reflexión más que compartida en el imaginario del lector, menos la edad, contaba él que, cuando cumplió 66 años, edad a la que falleció su padre, empezó a sentir cierta inquietud ante un súbito desenlace, influido por el miedo y el parpadeo de lo imprevisto, como si dos gotas de agua, la suyas, fueran iguales y hubieran de fluir de la mano por un mismo caño. Tal vez quiso decir, bajo el influjo de la posible e inesperada opacidad de nuestro horizonte, si bien la cosa espere su tiempo y dicte el momento… A partir de su maridaje con un lápiz, se esforzó en contar historias sobre lo imprevisto, el amor, la familia, la amistad y la fragilidad de la vida. Lo contó en «¿Por qué escribir?». Cuando tenía 8 años le encantaba el beisbol y admiraba a un gran bateador; y un día lo tuvo a mano y no dudó en pedirle un autógrafo.

El jugador accedió y le solicitó un lápiz para firmárselo. Pero ni él ni sus padres ni vecino alguno dieron con un lápiz. Lo siento, le dijo el bateador; y Auster se quedó sin el recuerdo de su ídolo. Con el disgusto en su mochila se juró que siempre llevaría un lápiz consigo y dijo que esa era su parábola de cómo llegó a ser escritor. Un lápiz que, desde la libertad, trazó: verdad, independencia y respeto, esa trilogía, que no debería de cesar pese a cantos de sirena, que jugó un papel esencial en su singular obra «Trilogía de Nueva York». Paul Auster [1947-2024] fue Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006.